Les compartimos el primer cuento del libro Tren de tres vagones del autor Cristobal Ortega. 

Sobre el autor:  Nacido el 10 de octubre de 1999 en el pueblo de Celaya, Guanajuato; estudió su preparatoria y bachillerato en el Instituto de Estudios Bajío (INEB) bajo la especialidad de Ciencias Sociales y Humanidades. 
En el ámbito profesional jamás fue apegado a las ciencias comunes como lo es la medicina, las leyes o alguna ingeniería; siempre fue más atraído por las artes y todas sus ramificaciones, especialmente por supuesto, la literatura. 
Desde niño la lectura siempre fue un ámbito importante y esto evolucionó en una pasión por escribir y actuar. A la edad de 18 años entró en la escuela «Skenika Formación Actoral» formando parte de su compañía representativa y alumnado hasta su cierre el 31 de octubre del 2019, hasta sumarse a la compañía independiente de teatro «Sin Nombre» escribiendo obras para representarlas con la misma. Su pasión siempre ha sido la literatura, desde la lectura, la prosa, el verso y lo escénico.

 

El Día de la oscuridad.

Mientras todos buscan leer y pensar en orden, la oscuridad como la conocemos no tiene formas, no tiene espacio o volumen medible; eso desafortunadamente se lo dimos nosotros tratando de evolucionar. Pero ¿sabemos qué hay detrás de cada segmento de oscuridad? No, no lo sabemos. Esta historia te mostrará la verdad.

 

               Érase una vez, una niña pequeña llamada Mariana,

               Mariana paseaba por el bosque sola, oh tan sola.

               Ella cargaba comida que ella misma preparó;

               su madre la enseñó a cocinar con mucho gusto.

               La comida era para su triste hermana;

               Su hermana estaba sola, oh tan sola.

              

               Mientras estaba caminando en el bosque,

               se encontró con algo terrible, tan terrible,

               una bruja se había cruzado en su camino

               “Ven niña mía, a cambio de comida te daré algo a cambio”

               La niña replicó “la comida es para mí solitaria hermana”.

               La bruja no dijo una sola palabra.

 

               Mariana estaba asustada, oh tan asustada,

               quería correr y correr y correr

               y entonces las palabras de su madre recordaba:

               “Y si el peligro llegase a asomar,

               no se te ocurra correr o no podrás volver”

               Y se decidió a detener.

 

              Ya era demasiado tarde, oh tan tarde.

               Mariana estaba pérdida, oh tan perdida.

               Era trágico, oh tan trágico.

               Distinguió ramillas de suelos húmedos,

               y sin titubear decidió seguirlos.

               Su hermana vivía en suelos pantanosos.

 

               Mariana siguió valiente, oh tan valiente,

               pero realmente era tonta, oh tan tonta.

               Un hombre extraño se cruzó por su camino

               “Niña, una maldad terrible revolotea sobre tu alma

               Pasea con cuidado que has sido manchada”

               Mariana con miedo huyó sin cuidado.

 

               El día se volvió gris, oh tan gris.

               Mariana no se había percatado aun

               la bruja la había seguido infeliz.

               La oscuridad había cubierto el cielo

               “Tu egoísmo te ha cobrado y este es el precio”

               La bruja recitó y Mariana desapareció.

El Fin.

– El fin. Terminó de leer el doctor Anaya de una libreta. – ¿Por qué escribiste este, Emilia?

– Pensé que se vería bien. Replicó Emilia con indiferencia.

– ¿Por qué inicia como un cuento en verso para niños y se transforma en un verso de terror? – preguntó el doctor Anaya con curiosidad.

– Es como la vida, empiezas de una forma, terminas de otra. Respondió Emilia manteniendo su indiferencia.

Anaya continuó preguntándole sobre aquel corto poema, sobre quién era la bruja, por qué la madre de Mariana jamás apareció o su hermana tampoco, por qué decidió cambiar de prosa a verso. Emilia respondió todas y cada una de esas preguntas de manera seria, indiferente y fría; pero sin lugar a dudas, con honestidad hasta cierto punto.

Su tiempo con el doctor Anaya terminó y Emilia volvió a casa, sola por primera vez en su vida. Pasó por una casa y en el suelo notó una mancha bastante amplia café, aunque cualquier persona supondría que era un charco seco de lodo u otra sustancia de procedencia humana o animal, Emilia sabía qué había provocado esa mancha en el suelo, y la sonrisa en su rostro hacía todo más placentero. Continúo caminando y frente a ella pasó otra joven de su edad, Mariana.

Emilia se detuvo frente a ella y Mariana se detuvo con ella. Compartieron miradas, Mariana con un miedo terrible, una fobia bastante obvia, y Emilia la veía inexpresiva, fría y seria.

– Lamento lo de tu madre – dijo Emilia con pasividad.

La mirada en Mariana cambió en ese momento de pánico a ira, pero contuvo el exabrupto. Emilia, por primera vez en su vida, esbozó una sonrisa y con arrogancia la miró fijamente a los ojos.

– ¿Quieres que lo haga de nuevo? – dijo Emilia.

– No – respondió Mariana con odio. – ¿Fuiste tú? – preguntó con odio.

– El problema es contigo, no con ella – dijo Emilia antes de alejarse con actitud arrogante y frente en alto.

El día pasó con lentitud, el cielo era completamente gris, el aire era pesado y difícil de respirar y en general, el ambiente se sentía tenso. Nadie en todo el pueblo sabía, entendía o analizaba porque pasaba, de hecho, ni siquiera comprendían lo pesado del ambiente, para ellos, solamente era uno de esos días; la verdad es que todos los inconvenientes en “uno de esos días”, era provocado por una sola persona, por un pequeño individuo conocido por ser retraído, callado y socialmente invisible.

Mariana paseaba por la calle sola. Había buscado un lugar donde poder llorar por su madre sin tener que recordarla a cada segundo.

Las condiciones en las que su madre había muerto, eran sospechosas ya que se había declarado que había muerto por una falla total en su sistema renal, sin embargo, Mariana sabía otra historia.

Mariana había tenido problemas serios con Emilia, pero jamás había sido violenta con ella, al menos no hasta donde recordaba. Pero hacía ya un mes que se hartó de Emilia. Mariana recordaba claramente como ella y su grupo de amigas habían acorralado a Emilia en una calle solitaria, la habían golpeado con sus bolsas, pisoteado con sus zapatillas y la habían obligado a tragar tierra y piedras. Mariana recordaba esa adrenalina del momento, la misma que sienten los animales al cazar, la misma que sienten los cirqueros al obligar a los tigres y leones a sentarse en una endeble silla de madera; recordaba también el tubo de metal que sostenía en su mano y a sus amigas sujetando a Emilia. Mariana recordaba a la perfección las dimensiones, textura y largo del tubo, recordaba también el sonido que hacía la cabeza de Emilia cuando recibía el golpe y la sensación que vibraba en cada golpe en todo el tubo. Mariana recordaba con tal claridad cómo había convertido la cabeza de Emilia en puré contra el pavimento y recordaba la ira cegadora que sentía.

Lo que más desconcertaba y aterraba a Mariana, era que Emilia seguía viva, no solo eso, sino que su madre murió ese mismo día, y aún más el hecho de que sus amigas no recordaban nada al respecto. Todo lo que la gente del pueblo recordaba era la muerte de su madre, pero la gente del pueblo y Mariana tenían su propia versión.

La gente del pueblo creía y afirmaba que Luisa, madre de Mariana, había muerto por una falla total en su sistema renal; pero Mariana recordaba bien que encontró a su madre en el suelo con la línea de tierra en manos, con piedras saliendo de su estómago y su cabeza aplastada como si la hubieran hecho puré con un tubo de metal.

Mariana sabía la verdad, pero no tenía como probarlo, así que la dejó ser; y cada que quería llorar, Mariana no veía un cadáver o la tan añorada sonrisa de su madre, Mariana solamente veía a un monstruo, a una bruja, y esa bruja vivía a dos cuadras de su casa.

Mariana se adentró en el parque del pueblo, un intento de imitar un bosque fundado por el estado. A la distancia, frente a ella, estaba la figura de Emilia saludándola lenta y fríamente. Mariana se paralizó del miedo, esa maldita bruja al fin había vuelto a atar cabos sueltos.

El viento comenzó a soplar violentamente y nublando el cielo casi de inmediato, el polverío que se levantó había aturdido levemente a Mariana y cuando quiso gritar, tierra entró en su boca ahogándola ligeramente e impidiéndole gritar.

Mariana comenzó a correr calle tras calle, y esquina tras esquina, ahí estaba Emilia observándola con frialdad, firme y seria. Mariana lo sabía, era su fin, era su inevitable fin. Esa bruja estaba dispuesta a matarla.

Mariana tropezó a la mitad de la solitaria calle y cayó al suelo golpeándose en la frente con una coladera de metal; el golpe la había aturdido tanto que se quedó ligeramente ciega, y todo se veía oscuro, veía todo borroso y como si estuviera en un túnel y le costaba respirar.

Finalmente, lo único que sintió fue a Emilia parándose junto a ella y logró distinguir, por razones fuera de su comprensión, la voz de Emilia diciéndole “Mírame a los ojos”. Mariana lo hizo y cuando la vio a los ojos, un camionero despistado pasó por encima de su cabeza matándola instantáneamente.

El camionero sintió el tope, pero al ver por el retrovisor solo vio a Emilia corriendo al otro lado y con un gesto de disgusto murmuró para sí mismo insultos para Emilia.

Mientras, en otro lugar, al mismo tiempo, Emilia, desde la tranquilidad de su cuarto, veía al cielo fijamente con una sonrisa particularmente cruel.

Después de un largo y pronunciado suspiro, Emilia, de su escritorio tomó una foto de Mariana, tomó un cuchillo e hizo un corte profundo en su mano manchando con sangre la foto y con un alfiler para la ropa, colgó la foto en la pared junto a la foto de Isabel, su madre. Abrió el cajón de su escritorio y sacó los huesos de lo que parecía haber sido un perro de raza pequeña, y colocó la cabeza, parte de la cola, y tres de las patas en formación pentagrama. Tomó entonces del segundo cajón un montón de especias indistinguibles, machacándolas en lo que fue su mano herida, y esparciéndolas alrededor de los huesos mientras cantaba.

 

               Mariana paseaba sola, oh tan sola,

               se encontró con algo terrible, tan terrible,

               Mariana estaba asustada, oh tan asustada.

               quería gritar, pero su grito era inaudible.

               El día se volvió gris, oh tan gris,

               y ella realmente era tonta, oh tan tonta.

 

               Una bruja se había cruzado en su camino,

               Mariana estaba pérdida, oh tan perdida.

               La bruja infeliz la estaba cazando,

               Mariana con miedo huyó sin cuidado.

               La oscuridad había cubierto el cielo.

               La bruja, su alma había comido.

Al acabar de cantar, la madre de Emilia la llamó a comer, y Emilia respondió que no tardaría en bajar. Sus ojos entonces se tornaron negros y en el escritorio los huesos se comenzaron a retorcer.

Antes de salir de su habitación, volteó a ver hacia la pared y sonrío con arrogancia y aires de victoria cuando las treinta y tres fotos colocadas con alfiler estaban tachadas con sangre.

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