Les compartimos el primer capítulo de la novela Rubí de la autora Camila Martínez. 

Sobre la autora:  Camila Martínez C, (1993) nacida en Risaralda – Caldas. Cursó sus estudios universitarios en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), y obtuvo el título en psicología. Es autora de diferentes historias de la plataforma Wattpad. En el 2014, publicó una novela corta con apoyo de la comunidad de donde vive actualmente Anserma – Caldas, Colombia.

 

En un cuarto pequeño de un burdel, una joven mujer de piel morena, ojos negros y labios tentadores, se encontraba colocando su ropa interior de encaje de color azul oscuro, preguntando en una afirmación dolorosa entre la bruma, lo que había pasado en la noche anterior y lo que ella hacía para vivir.

— ¿Cuándo empezó todo esto? solo tengo presente que duele ser parte de este mar. — se afirmaba y preguntaba mientras que su ser como siempre reprimía un grito, una alucinación o un intento de suicidio.

Al acordarse vagamente de los primeros saludos del último cliente. de las primeras veces que él, un tipo de más o menos de una edad media, se había quedado prendado en su cuerpo regalándole sus ojos y luego su dinero. Hasta aquel momento, en que la tocó por primera vez, apoderándose de ella como pudo.

Aquellas lumbreras y manos de alfiler se deleitaban antes de la madrugada encima de su piel, en una combinación de tragos y fluidos.

Como siempre pasada el amanecer era una de las cosas que la hundía en la vida miserable que ella no pidió.

Ese momento es donde empieza lo que esa chica era: entre recuerdos y realidad absurda. Llegando a ella memorias lúgubres, oscuros momentos de una vida llena de males junto a la miseria aceptada porque tocaba.

Ahora bien, teniendo en cuenta, lo presente llevaba tatuado como cicatrices en la piel.

Termino de vestirse observaba las marcas en sus piernas y pensó «No es muy cómodo, estar encima de una mesa». Sonrió, aunque no entendía por qué razón poseía una mueca, pero sí sabía que era muy cómodo estar entre unos brazos mientras se derretía en un mar de lujuria, fingiendo amor, diciendo cosas cursis y mercadería barata; sabiendo que lo estaba haciendo no estaba bien. Haciendo de ella un pecado, formado desde siempre.

 

— ¡PERO QUE DIABLOS ES EL PECADO! — reflexionó con el fuego eterno en sus ojos, ya organizada en un pantalón semi ajustado y sin aquel maquillaje que noche tras noche usaba, recogiendo su larga cabellera con una pinza hacía atrás.

Iba en su quehacer de reflexión total, observando, las sábanas que solo eran testigas de la masacre que tenían con su piel, cuerpo y alma. De domingo a domingo—, maldita cama.

No obstante, pensaba sentada en su cama más a fondo recordando desde aquel beso el cual le había salvado la vida esa noche en el bar de mala muerte, donde laboraba, donde vivía, donde moría. En una taberna oscura como las personas que disfrutaban de ese vicio. Había planeado su muerte muchas veces y de por si deseaba morir cada vez que los tipos se acercaban a ella con pretensiones de héroes o de villanos.

La noche en que ella conoció el amor se encontraba, sin moverse con algunos problemas mentales y tragos, escondiendo su pasado, para que nadie la encontrase, ya que nunca había tenido paz interior, desde que se encontraba allí sucumbiendo los deseos pedófilos de unos cuantos cerdos.

Conociendo que era el mal de verdad… muchos años atrás, realmente no necesitó mucho tiempo para darse cuenta como es el infierno, descubriendo su lado malvado enamorando, rompiendo corazones a ver si los hombres aprendían a no descuidar y amar a una sola mujer, también lo hizo para protegerse aunque ella se rompiera el alma, creía que debía haber alguien que se sacrificara, para purificar una sociedad de puercos y cochinos, en donde como, siempre había víctimas y victimarios, aunque cabía la posibilidad de ser la mala del paseo, para las “señoras de sociedad”

Repasaba con tanto amor sobre como él fue la primera persona que amo y que seguiría amando hasta el día en que muriera por alguna enfermedad rara.

Cuando de un modo brusco su estómago interrumpió, su auto reflexión y su rezo personal; suspiró recordando que llevaba dos días sin comer: ¡hombres!, su mal.  La verdad, sus pensamientos iban cerca de su corazón, a su sangre. A sus hermanitos que eran el ancla de su vida… Por ellos, soportaba todo: Los besos amargos, el humo de las luces y las manos duras que estrujaban con ira y dolor el alma. Entonces comprendía que necesitaba ser fuerte y estar sana, aunque fuese superficialmente, pero aquello no entendió hasta esa noche.

Emergió del mar oscuro, mirando los pasillos donde sus “compañeras”, dormitaban y como ella, morían… Por ende, llego a la puerta, mirando hacia atrás para ver si nadie le vigilaba, deteniéndola para pedir un favor o castigarla. Mirando al cielo, sintió como el brillo del sol la calentaba y daba un nuevo golpe de vida, que pegaba duro en acto natural y visual achico los ojos para rápidamente comenzar a buscar un sitio y comer un buñuelo caliente con un café.

Siempre llevaba un par de cigarrillos, un pinta labios y una navaja, en un bolso demasiado grande. Caminaba por la calle a simple vista parecía una universitaria que estaba en receso, eran las nueve de la mañana. Aunque con exactitud la verdad era que nunca había estado en un sitio de esos, donde los estereotipos eran marcados y dañados. Se sentó en una cafetería cerca del burdel, Pidiendo un tinto oscuro para contarse asi misma reviviendo, pelo y detalle de esa vida, una vida de porquería.

— ¿Cómo es que una persona puede cambiar tu vida? — se preguntaba soplando el café que ardía en las entrañas, calentándole como hacia ese sentimiento desde que llego a ella, nunca pensó en sentir así otra vez.  Ella sabía cómo era querer algo y no poderlo obtenerlo, así de aquella forma pasaba con él.

Una noche fría y perturbada llego él, al bar donde ella trabajaba: un chico de hombros ancho, piel trigueña, ojos verdes y dientes perfectos. Fue la aparición más perfecta, para ella. Bajo todo pronóstico, se alejó de la barra, para caminar en unos tacones que la hacían ver, como una diosa. Lo saludo con el puto cliché que identificaba a las mujeres de la «vida alegre.”, desde el comienzo de la vida misma.

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