Natalia Gleason Alcántara, nació en la Ciudad de México el 15 de diciembre de 1968. Estudió Diseño Gráfico en la Universidad Anáhuac. Posteriormente cursó un diplomado en arte en Florencia, Italia, en la instituto Lorenzo Di Medici. Ha cursado diferentes talleres en la Academia de San Carlos, especializándose en cerámica en el colegio de Arte y Ciencia de la Vida (MOA). La necesidad de crear la llevó a acercarse a la escritura. Tal y como ella cita: “La escritura llegó a mi vida en el momento exacto, actuando como un psicoanalista, desenmaraño mi cabeza que no encontraba el principio de la madeja”. Sus palabras fueron encontrando su camino y hoy colabora en dos revistas escribiendo crónicas mensualmente. Escribe con espontaneidad y aún cuando usualmente habla sobre temas complejos, siempre busca encontrar un sentido humorístico a la vida cotidiana.
Compartimos con ustedes el cuento «Cerca… muy cerca» de la escritora mexicana Natalia Gleason Alcántara el cual forma parte de la Antología de Cuento Latinoamericano Contemporáneo, un ambicioso proyecto editorial dirigido por Astrolabio Editores. Este proyecto tiene como objetivo brindarnos un panorama completo de lo que se escribe hoy en el género del cuento, posiblemente el género más leído en América Latina.
Cerca… muy cerca
Marqué. Sonó dos veces y colgué. Estaba desesperada. Me asomé, un farol de luz tenue iluminó la mitad de mi cara. Volví a esconderme detrás del tronco del árbol, temía ser descubierta. Estaba decidida, esta vez no iba a cometer errores.
Los minutos se volvieron mis enemigos, la curiosidad me llevó otra vez a salir de mi escondite. A lo lejos vi el bulto que una hora antes había dejado abandonado. Una sacudida repentina me sorprendió. Pensé ¡Se movió! era suave, casi imperceptible, ¡No puede ser! Pero lo confirmé otra vez cuando el movimiento se torno más brusco.
Un escalofrío me dejó petrificada, dejándome anclada en el piso, tenía la boca pegajosa, no se si era el efecto de las pastillas que me había tragado sin conciencia, aquellas que me nublaban mi juicio haciéndome su esclava desde mi adolescencia.
Mi corazón se empezó a acelerar, cuando vi a lo lejos a una pareja de ancianos paseando a su perro. La mascota iba y venía, con su nariz olfateaba todo su entorno. Mi corazón se detuvo, se me enchinó la piel, cuando pasó cerca, muy cerca de él. Gracias a la insistencia de sus dueños se fue alejando a regañadientes. Dejando como huella, su rastro en el camino.
A lo lejos se oía un barrendero, con ritmo acompasado se fue acercando a la escena, dándole vida a las bancas del parque que permanecían inmóviles. Amenazando con la escoba y sin querer rozó el bulto. Pensé ¡Ya no hay escapatoria! el sudor brotaba por mis poros, la culpabilidad me tenía presa en ese bosque. Me tranquilicé cuando se fue alejando sigilosamente dejando una fina capa de polvo en el horizonte.
Se hizo de noche, la humedad del bosque empezó a colarse por mis huesos. Con la incertidumbre de que hubiera otro movimiento, quise acercarme. Entré en pánico solo de pensar que pudiera otra vez a hacer de las suyas. Me contuve. Con angustia saqué mi celular y con pulso tembloroso, decidí marcarle a mi hermana Sara.
Un chiflido me saco de mi pensamiento, de la oscuridad salieron de la nada dos chamacos, uno iba fumando y el otro gritando groserías, bromeaba empujándolo. No se dieron cuenta, pero pasaron cerca, muy cerca del mismo. ¡Sude frío! Si el humo hablara, seria testigo de mi remordimiento.
El teléfono sonó varias veces, ya era tarde. La voz adormilada de Sara me contestó del otro lado. Sin explicación, le solté entre lágrimas y susurros, lo que esa noche había cometido. Le quité el sueño, la atormenté expulsando de mi ser todos esos años de abuso que me carcomían por dentro, solo escupiendo el rencor, mi cuerpo comenzó a entrar en calor.
Continué desahogándome, con un monólogo de atrocidades. Mis palabras eran un salpullido de odios, llagas que no dejaban de sangrar, recuerdos que me zambullían como olas en un cúmulo de emociones. Las imágenes de luces intensas se atropellaban en mi cabeza, hombres vestidos de blanco, paredes infinitas. Me faltaba la respiración.
Sin dejar de mirar a lo lejos, mis sentidos en alerta otra vez detectaron movimiento. Callé. Enfoqué. ¿Quizás era la venganza del bulto, culpándome una y otra vez? Mis ojos se forzaron en la oscuridad descubriendo un leve movimiento, lo confirmo, sí había movimiento. Pensé ¿Estaré alucinando? ó ¿Será realidad?
Se hizo el silencio… hasta que del otro lado del teléfono la voz aguda de mi hermana captó mi atención. Sentí su desesperación, me preguntó: ¿Estás bien? ¡Contesta!… Mi vista clavada en el bulto y mi mente seguía dándole vueltas ¿Había cambiado de postura? No estaba en la forma que lo había abandonado. Retomé la llamada, mi corazón latía con sonidos desordenados, retumbando en mis entrañas, dejándome la frente aperlada.
Si… Estoy bien. Ahora le tocó el turno a Sara que empezó con su juicio inquisidor, con su dedo flamígero. Me cuestionó, mi paradero, mi estado o si había consumido algo… Ya no dejé que continuara, no tenía cabeza para sermones, en mi desesperación colgué.
Mi cabeza estaba a punto de estallar. “El hubiera” se atropellaba una y otra vez, pero era “el ahora” que no me dejaba tranquila. Quería gritar, jale aire, pero un mísero silbido salió cobarde de mis pulmones. No entendía el porqué seguía en ese lugar, el acto ya estaba cometido y yo era su verdugo.
Una pareja devorándose a besos se fueron acercando al bulto, pasos y caricias es lo que dividía: el amor de mi pecado. Unos instantes de incertidumbre, hicieron que me acercara unos metros, para tratar de distraerlos, ellos sin notarme siguieron amándose en la oscuridad de la noche. Pensé ¡Maldito bulto! ¿Será que quisiera recordarme sutilmente su presencia?
Cansada, retrocedí unos pasos queriéndome alejar de mi pasado, presa de esos años de vergüenza, cobardía e impotencia. Mi cabeza me atormentaba sin destino. Di un paso mas y mi pie quedó atorado en la raíz retorcida del ahuehuete que me escondía. Perdí el equilibrio y caí de espaldas, el golpe me dejó inconsciente.
Desperté adolorida sin saber donde me encontraba. Lo frío del bosque y el olor a humedad me regresaron de inmediato al lugar de los hechos. Unos individuos me despertaron entre insultos y gritos trayéndome a la realidad, sus preguntas me acusaban y sus respuestas daban el veredicto. No se si era la alucinación del golpe o los malditos fármacos, solo veía las siluetas de mis inquisidores. No me podía mover. Confirmé. Estaba apresada, ¡Afirmativo! Había un algo que me detenía.
A empujones me llevaron a un vehículo, dentro de él, volteé y vi a lo lejos a un grupo de personas, que se iluminaban intermitentemente al capricho de las luces. A medida que mis ojos deslumbrados se acostumbraron, pude distinguir a lado de ellos a mi hermana Sara, esa que no se da por vencida. Se fueron acercando con cautela a ese bulto aislado. Sin manipularlo ni moverlo, solo alumbrado por linternas, aparecía esplendoroso al descubierto.
El motor se puso en marcha. Por último, giré mi cabeza. El alma regresó a mi cuerpo, cuando a lo lejos, vi el bulto, enfoqué y vi movimiento. ¡Lo confirmo! Sí había movimiento.
La Antología de cuento latinoamericano contemporáneo es un proyecto editorial dirigido por Astrolabio Editores y la Fundación Grupo Latino, tiene como objetivo brindarnos un panorama completo de lo que se escribe hoy en el género del cuento, posiblemente el género más leído en América Latina.