Cuento «Algo prestado, algo azul» por Mary Jo Garrido

Mary Jo Garrido es una autora de ficción domínico-canadiense, certificada en Escritura Creativa por la Universidad de Toronto y publicada en revistas literarias como Dreamers Creative Writing, Latinx Lit Mag y Raconteur, donde obtuvo el primer lugar en un concurso de micro-relatos. Su poema “Nana para mi Ana” formó parte del libro “Arte y literatura hispano-canadiense” de la Feria Iberoamericana del Libro 2022. Es coautora de “Nostalgia bajo cero”, medalla de oro en la categoría de ficción multi-autor del International Latino Book Award 2020, y de la “La casa en el arce” 2022. En el presente está trabajando en una colección propia de relatos de ficción.

Compartimos con ustedes el cuento «Algo prestado, algo azul» de la escritora domínico-canadiense Mary Jo Garrido el cual forma parte de la Antología de Cuento Latinoamericano Contemporáneo, un ambicioso proyecto editorial dirigido por Astrolabio Editores. Este proyecto tiene como objetivo brindarnos un panorama completo de lo que se escribe hoy en el género del cuento, posiblemente el género más leído en América Latina.

Algo prestado, algo azul

Soplaba el viento. El cielo estaba repleto de nubes azul plomo, pero el sol tropical de las cuatro se colaba entre ellas y hacía relucir las piedras coloniales de la calzada frente a la catedral. Yo estaba sentada en las escalinatas, a un lado, esperando. De vez en cuando, una ráfaga levantaba mi falda y me apresuraba a bajarla porque dejaba al descubierto mis muslos. Sostenía mi celular esperando sentirlo vibrar y ver su nombre en la pantalla. Me dolían los ojos.

Él no había llegado; lo sabía porque yo esperaba allí desde mucho antes de la hora pautada para la ceremonia. Ella sí. La limusina en que la traían daba vueltas lentas a la manzana desde hacía veinte minutos; cada vuelta alimentaba mi esperanza. Las wedding planners, vestidas de negro, salían y entraban, nerviosas, radios y celulares en mano. Dentro, la iglesia debía estar repleta. Yo había visto entrar, disimulando mi presencia con la excusa mentirosa de fotografiar la fachada, por los menos un centenar de personas; las mujeres, en colorida etiqueta tropical, muchas de largo, y los hombres, en guayaberas de lino con corbatas de moño. Desde afuera, podía escuchar el murmullo impaciente de los invitados.

Yo también me había vestido de fiesta, pues en casa creían que estaba invitada a esta boda, más bien, a una boda, la de alguien que inventé para ellos porque de lo contrario papi no me hubiera traído. Le dije que los padres de una amiga me regresarían. Llevo puesto el traje azul añil de hombros descubiertos y falda larga de tules asimétricos, el del beso largo y escondido que la profe de Literatura interrumpió en nuestra fiesta de graduación hace apenas unos meses. Éramos novios desde los trece; yo, su única y él mi segundo. Hasta los dieseis, fueron amores escondidos e inventamos gestos para que los profes no se dieran cuenta: una mano cerrada sobre el estómago era “tengo ganas de besarte”; resbalar la punta de los dedos sobre la mejilla, “te espero en la salida”; cruzar el brazo sobre el pecho hasta tocarnos el hombro, “perdóname”; el índice dando golpecitos sobre el pecho “te amo”.

Empezó a lloviznar, pero yo no quería resguardarme dentro. No podía. Tenía que esperarlo allí, ser la primera en verlo. Hablarle otra vez, aunque fuera imposible regresar el tiempo. Mi perdón no había sido suficiente, ni sus lágrimas de arrepentimiento, ni las conversaciones hasta la madrugada con su papá, ni las confabulaciones telefónicas de mi mamá y la suya, ni mi rabia por las estúpidas convenciones sociales y el dizque honor de su familia. No fue un beso lo que cerró nuestro último encuentro. Se papá le había convencido. Las cualidades que amaba en él, jugaron en mi contra. “Temporal” es una palabra larga. Discutimos por horas hasta terminar gritándonos como punto final.

Arreció; las gotas de lluvia resbalaban por mi cabeza, mis hombros. Me dirigí hacia uno de los portones cuyos arcos ofrecían algún resguardo. Tiritaba, pues aún allí el viento me salpicaba de lluvia. Una de las wedding planners salió por el otro portón, paraguas en mano, mirando al horizonte de la calle de una vía por donde él debía llegar. Era una chica joven, algunos años mayor que yo. Cuando se dio vuelta, notó mi presencia.

—¿Qué haces mojándote, por qué no entras? —dijo, tomándome del codo para hacerme entrar.

Yo me resistí.

—No estoy invitada. —No sé por qué lo dije. Al decirlo se entrecortó mi voz y mis ojos se aguaron. Volteé mi rostro para evitar sus ojos.

—Conoces al novio — afirmó.

Asentí. Volví a mirarla. Una línea tenue se había dibujado entre sus cejas.

—Somos novios desde los trece… lo éramos, hasta hace unas semanas.

El sonido de las gotas sobre su paraguas llenó el silencio. Apretó mi brazo, arrugó el entrecejo y entreabrió los labios dejando en suspenso lo que hubieran sido sus palabras.

—¿Ya? —se escuchó por su radio—. ¿Me copias?

—Copiado. No.

—Me dijo que está a una esquina; está atenta. Fuera.

En ese momento fui yo quien la tomó del brazo.

—Por favor, déjame hablar con él cuando llegue. Por favor…

—Viene con su mamá, niña —dijo arrugando el entrecejo—. Oye… Duele, pero es mejor que te vayas, que ni siquiera lo veas.

—Por favor…

Por encima de su hombro vi un auto que se acercaba, el de su mamá; distinguí al chofer de su casa al volante mientras se detenía frente a la plazoleta de la catedral. Seguía lloviendo. Mis ojos delataron su llegada y la planner se dio vuelta.

—Hazme caso y vete —dijo, casi en susurro, antes de dirigirse hacia el auto.

Vi al chofer bajarse y abrir la puerta trasera. Su mamá salió primero y se guareció bajo el paraguas de la planner que ya los había alcanzado. Luego salió él, hermoso, de esmoquin blanco y corbatín negro como su pelo, como sus ojos, como las nubes que cubrían mi vida. Enseguida, el chofer lo protegió de la lluvia con un paraguas. Cuando levantó la mirada, me vio. Yo había avanzado unos pasos. Su mamá y la planner ya casi llegaban a las escalinatas. Él se había quedado inmóvil, sus ojos en mí. Empecé a caminar en su dirección, la lluvia arreció y mi cabello se pegaba a mi espalda. Oí mi nombre de labios de su mamá, lánguido, como si en lugar de llamarme, lamentara. Seguí caminando hacia él. Mi cuerpo temblaba, no por la lluvia y el viento que soplaba, sino por el frío de la realidad que me golpeaba, por el rojo que vi bordeando sus ojos cuando estuve más cerca, por su rostro exhausto y su mirada descolorida que no despegaba de mí. Lento, cruzó el brazo derecho sobre el pecho. Me detuve e hice lo mismo. Luego su mano resbaló hasta el corazón y el índice latió con insistencia sobre la solapa que lo cubría. Mis lágrimas se mezclaron con lluvia y lo vi volverse neblina mientras la punta de mis dedos resbalaban por mi mejilla. Entonces, seguí caminando calle arriba, dejando tras de mí un rastro azul de tristeza mientras ella se llevaba, prestado, al amor de mi vida.

La Antología de cuento latinoamericano contemporáneo es un proyecto editorial dirigido por Astrolabio Editores y la Fundación Grupo Latino, tiene como objetivo brindarnos un panorama completo de lo que se escribe hoy en el género del cuento, posiblemente el género más leído en América Latina.

6 comentarios en «Cuento «Algo prestado, algo azul» por Mary Jo Garrido»

  1. Simplemente me encantó! Me mantuvo atenta hasta acabar..pero quería que siguiera…muy complacida…buscaré tus otras obras para leerlas, sé que me dejarán absorta.

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    • Muchas gracias, Monina. Hay otras historias publicadas en otros medios (en mi Instagram los anuncio), y también habrá otras de mis historias en esta «Antología del cuento latinoamericano contemporáneo» que saldrá en agosto de Astrolabio Editores.

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  2. Que emoción, al inicio me trajo recuerdos cuando nos casamos, en mi caso le dije a mi papá, desmóntese y vaya a ver si está esperando en el altar, allí estaba el, al verme y recibirme en el altar dos lagrimas corrieron por su mejilla, estoy emocionada, voy a continuar leyendo , muchas felicidades Maryjo , hermoso.

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