Les compartimos el primer capítulo del libro La última corona del autor Nicolás Borda. 

Sobre el autor: Nicolás Borda Bossana, Santa Fe de la Vera Cruz, Provincia de Santa Fe, Argentina.

Capítulo 1: Un despertar tumultuoso

El movimiento repentino del autobús lo despertó. No había conseguido dormir mucho, pero estaba acostumbrado a sueños cortos. Levanta ligeramente la cabeza para dar un rápido vistazo a las personas que se encontraban a su alrededor. No habían quedado muchos, la mayoría se bajó en la parada anterior. En la parte delantera un hombre con un traje muy elegante y un maletín dormía desparramado sin importarle absolutamente nada. A su lado, del otro lado del pasillo que separaba la fila de asientos, había una juvenil pareja que tal vez estuviera haciendo un viaje juntos. Y un poco más atrás la única persona que quedaba era un hombre joven con una remera de Iron Maiden que probablemente se había equivocado al no bajarse antes porque ese día había un concierto de esa banda en la ciudad que ya habían dejado atrás. En cualquier caso, no era su problema.

Decidió levantarse y dirigirse al baño del autobús para poder despertarse del todo. A duras penas consiguió llegar, no era fácil maniobrar entre tanta basura tirada en el suelo. Cuando finalmente lo logró, cerró la puerta tras de sí, se tiró agua fría en la cara y se miró al espejo.

Un joven pelinegro llamado Change Pierce le devolvió la mirada. Lo primero que noto al mirar su reflejo (y lo que la mayoría de la gente notaba apenas lo veía) eran sus brillantes ojos rojos como la sangre. Eso combinado con su monumental estatura (casi dos metros) se habían confabulado para que Change no tuviera ningún amigo en la escuela. A simple vista resultaba atemorizante, aunque él nunca había utilizado su situación especial para extorsionar o amenazar a nadie. No era su estilo usar así a las personas.

Nunca le había gustado ser así. Lo hacía sentirse solo y diferente del resto de las personas.

Además, ¿qué tipo de nombre era Change? “Cambio”. O eso era lo que su madre adoptiva le había dicho que significaba. Desde que tenía uso de razón, cada vez que le preguntaba por su nombre, ella sonreía y le decía que era porque el produciría un gran cambio en todo el mundo. En ese momento le parecieron una explicación sin sentido ni fundamento alguno. No tenía ni idea de que se volverían realidad.

A todo eso hay que agregarle otra habilidad que lo volvía único. Un sexto sentido. O, mejor dicho, varios.

Al principio había sido un simple “sentido guía” que lo ayudaba a nunca perderse en el camino de regreso a casa. Pero a medida que lo usaba este fue evolucionando. Con el tiempo era capaz de notar algo parecido a un aura que desprendían las personas haciéndole saber cuándo era amable o egoísta, cuando era generoso o avaro y, más importante, cuando una persona estaba mintiendo o decía la verdad. Esa capacidad lo había ayudado a mantenerse vivo mucho tiempo. Si agregamos la “alarma” que empezaba a retumbarle la cabeza cada vez que corría peligro, al más puro estilo Spiderman, su sexto sentido pareciera que avanzaba en base a sus propias necesidades.

Y es que Change era una persona que no podía permitirse descuidarse. Había huido de casa a los 15 años y ahora, casi 3 años más tarde, le costaba pensar que hubiese sido de él sin su sentido especial guiándolo y advirtiéndole de los peligros.

Se había quedado más tiempo del que pretendía en el baño. Salió y volvió a su asiento. Ya entraba buena luz de mañana por la ventana y sus instintos le decían que pronto llegaría a su destino.

Decidió comenzar con un pequeño desayuno que había sobrado de ayer. Abrió la mochila que siempre llevaba consigo y saco un paquete de papitas. Si, quizás no sea el desayuno saludable que recomendaría un doctor, pero en su situación era un lujo poder permitirse comer algo. Terminó a toda prisa el paquete y se puso a revisar la mochila. Sus dedos pasaron rápidamente entre varias cosas: unos pocos dólares que le habían sobrado, una pequeña medalla que llevaba como recuerdo de su etapa jugando al baloncesto (deporte en que destacaba, por cierto), varios cupones de oferta, una ganzúa (nunca sabría cuándo podría llegar a ser útil), entre otras cosas. Finalmente encontró lo que estaba buscando: un pedazo de papel mal doblado escondido en el fondo de la mochila. En el se encontraba la razón por la que estaba realizando ese viaje.

Change abrió el papel y leyó por enésima vez el mensaje:

Change:

Tu no me conoces y no tienes razones para confiar en mi, solo quiero decirte algo muy importante, algo que sin duda te interesará. Tengo información sobre tus padres, tus VERDADEROS padres. No tienes por qué creerme pero, si te interesa, nos reunimos en el pueblo de Clidford Hill en la casa número 9 de la calle Clark dentro de tres días. No creo que tardes en distinguirla.

Espero verte pronto.

L.

Eso es todo. Ni firma ni explicación ni nada. Había recibido esa nota hace dos noches y no había dejado de hacerse preguntas desde entonces. ¿Quién es este “L”? ¿Qué relación tiene con sus padres? Y más importante ¿por qué ahora?

Desde que huyo de casa de sus padres adoptivos al saber que no era verdaderamente su hijo había comprendido porque no encajaba en ese mundo: simplemente nunca había pertenecido a él. Su decisión fue abandonar la casa que había sido su hogar por 15 años y buscar por sí solo el porqué de su existencia. Y ahora se dirigía a este pueblo lejano en busca de respuestas.

Clidford Hill… por la poca información que había conseguido reunir sobre ese lugar, era un apartado y pacifico pueblucho cerca de la frontera con Canadá. Se decía que se encontraba a orillas de un cristalino lago y que su brisa podía llegar a curar cualquier enfermedad. Puras tonterías si se lo preguntas a Change. Era un misterio porque esta persona había querido encontrarse con el allí, pero, aún así, pronto se encontró en la fila para comprar un boleto a ese lugar.

Volvió a colocar la carta dentro de la mochila y saco su calendario en el que tachaba cada día que pasaba. Era el 25 de abril, su cumpleaños número 18.

Change se recostó en su asiento y soltó un gruñido seco. Había cumplido 18 años y ni se había dado cuenta. Se empezó a preguntar qué hubiera pasado si nunca se hubiese escapado de casa. Nunca había podido disfrutar de una fiesta de cumpleaños como se debe ya que, por un lado, no tenía amigos a los que invitar y, por el otro, sus padres adoptivos con suerte ganaban lo suficiente para mantenerlos a los tres así que no podían permitirse grandes fiestas. Pero siempre recordaría el sabor del pastel de fresas que le preparaban cada vez que cumplía un año. Había sido su favorito desde que tenía memoria. Se acordaba de que en su cumpleaños de 13 le había preguntado a su madre que sentido tenía celebrar los cumpleaños si solo significaban que el fin estaba más cerca. Su madre simplemente le respondió que no celebraban la cercanía a la muerte, sino que agradecían por todo lo que ya habían vivido y por lo que estarían por vivir. Siempre expectantes, siempre deseosos de ver que le traería el futuro. Podían ser sus padres adoptivos, pero habían sido los padres que cualquier chico quisiera tener. No se arrepentía de haberse marchado, pero nunca los olvidaría.

El autobús empezó a bajar de velocidad lo que indicaba que se acercaban a la estación. Era su parada.

No le sorprendió ver que la estación estaba desierta salvo por los empleados en las tiendas y puestos de comida. Decidió comprar algo para tomar, ya que se encontraba sediento, y se dirigió a la plaza central.

La plaza era enorme llena de todo tipo de árboles y flores con dos pares de fuentes una en cada esquina que apuntaba cada una a un punto cardinal. Change se dirigió al centro mismo de la plaza, cerro los ojos un momento y dejo que su sexto sentido lo guiara.

No se encontraba demasiado lejos, tan solo a un par de manzanas de distancia así que se dirigió hacia allí. A medida que caminaba comprobó que no había nadie en la calle. Algo normal, era sábado y hacía mucho calor así que los habitantes debían de encontrase en sus casas frescos y disfrutando de un momento en familia.

Al llegar a la calle Clark empezó a contar hasta que llegó a la numero 9. La vista no era muy alentadora.

La casa parecía en ruinas. Había varios vidrios rotos, al techo le faltaban varias tejas, el jardín de enfrente tenía el pasto tan largo que a Change le cubría los pies y la puerta se encontraba destrozada y resultaba imposible que cerrara. Además, el sentido de alerta de Change empezó a sonar como loco intentándole advertir que la casa no era segura (como si no pudiera verlo por sí mismo) y que lo mejor sería irse. Su parte racional hacia todo lo posible por forzarlo a largarse, pero, a pesar de todo, Change se encaminó hacia delante y se adentró en la casa.

Era de suponer que el interior debía de estar igual o peor que la fachada exterior. Muebles rotos, telas desgarradas, varias telarañas por todos lados e incluso un antiguo tapiz que antes podría haber resultado ser una obra de arte, pero ahora se encontraba descolorido y roto en varias partes. Para colmo de males el sentido de alerta que de por sí ya era molesto estaba sonando tan fuerte que a Change le pareció que su cabeza iba a reventar. Aún así no perdió la calma y se mantuvo atento.

Entonces se escuchó una voz desde el interior de la casa,

– ¡Has venido! Llegaste antes de que creía- la voz sonaba como la de una niña, pero sin la inocencia que la caracterizaba- Si me hubieses dicho que llegabas tan temprano me hubiese tomado la molestia de arreglar un poco este chiquero.

– ¿Quién eres? – gritó Change como para asegurarse de que la voz lo oyera- ¡Muéstrate!

– ¡Oh, tienes razón! – exclamó la voz- ¿Dónde están mis modales?

Entonces una niña que no parecía tener más de 15 años entró en la habitación. Llevaba un vestido largo que le llegaba hasta sus talones, con un pelo de un negro como carbón y unos ojos del mismo tono de negro.

-Me alegra que hayas llegado Change- exclamó la niña- Hace mucho que no nos vemos.

-No has respondido a mi pregunta- bramó Change- ¿Quién eres?

– ¡Tienes razón! ¡De nuevo! Disculpa- dijo la niña mientras reía por lo bajo.

Entonces una nube negra la cubrió totalmente durante unos segundos. Cuando la nube desapareció sus ropas habían cambiado totalmente. En lugar del vestido llevaba un conjunto mucho más corto que apenas si cubría sus rodillas y su cabello ahora se encontraba recogido en dos coletas. Sus ojos brillaron por un momento y sonrió ampliamente.

-Mi nombre es Lilith- anunció mientras hacía una pequeña reverencia- Archidemonio de la Lujuria.

 

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