Les compartimos el primer capítulo del libro La maldición de Asher del autor José Daniel del Toro. 

Autor: José Daniel del Toro Martínez.

Capítulo 1: La dulce vida de una adolescente

Asher es una delicia de pueblo.

En el norte del estado de California, a orillas del Océano Pacífico, se esconde una especie de joya en la cual las personas se sienten en una burbuja de tiempo. El sol nace por las mañanas en el este, tal y como debe ser, y la luna emerge brillante y luminosa por las noches, como siempre ha sido.

El azul brillante del mar sigue golpeteando rítmicamente contra la blanca arena de la playa, salpicando a los pequeñines que apenas están aprendiendo a caminar junto con sus padres y a los corredores que se preparan para la gran carrera anual. Las mismas lluvias torrenciales que caían en julio hacía ya más de cien años, siguen cayendo hoy en día, inundando los ríos y fosas ocultos en las colinas que rodean la ciudad. Los mismos acantilados, brillantes y luminosos se alzan al sur de la ciudad, como valientes guerreros. La antigua y vieja, pero impresionante cárcel de Hithcock´s Island sigue siendo una de las principales atracciones turísticas de la ciudad, casi como lo es la isla en la que se encuentra.

El palacio de gobierno, aunque mucho más moderno, sigue en el centro del pueblo, de piedra de ladrillo rojiza y su cúpula tan blanca que cuando hay demasiado sol lastima mirar. Sobre esa cúpula, descansa un águila de oro con una corona, viendo a todo el pueblo con su mirada protectora. A su lado, fabricada de la misma roca, está la enorme biblioteca, repleta de los libros que generaciones y generaciones de familias del pueblo han ido depositando allí.

Los muchachos siguen paseando por las calles, disfrutando de las mismas diversiones que el resto del mundo, escuchando música y yendo al cine en parejas. Los restaurantes rebozan de gente riendo y comiendo, disfrutando de un buen rato. Los parques se llenan en los domingos de familias buscando pasarla bien, juntos. Cada tarde los padres trabajan para ganarse el pan de cada día, y cada noche, las parejas se escabullen en la oscuridad entre risas y bromas.

Asher es el pueblo donde uno puede pasar el resto de su vida sin preocuparse por el futuro. Donde puedes estar seguro de que tu alcalde, tu comisario, tu jefe y tu padre velan por tu vida y tu seguridad. Donde la protección está garantizada.

Eso, amigos míos es paz, y pocas veces se ve interrumpida por nada.

El miércoles, una mañana de marzo, como todos los días, el Porshe amarillo de Resa se estacionó en la entrada de la gran casa de los Lawrence, y la chica tocó dos veces el claxon. En el coche la acompañaban, como todos los días, su novio Will y su amigo Connor. La puerta de la casa se abrió, y de allí salió la chica más bella que ninguno hubiera visto.

Revoloteando con movimientos danzarines, Angie Lawrence poseía una gracia que asemejaba a una brisa de viento. Su cabello castaño claro revoloteaba con soltura en su espalda, y sus ojos parecían cambiar de color al tiempo en el que se acercaba al auto. Llevaba colgada a la espalda su antigua mochila gris, y se había puesto su vestido blanco con holanes.

Connor se bajó del asiento trasero de un salto y le abrió la puerta. Ella le dirigió una mirada un tanto amenazante y juguetona.

–Buenos días, princesa –le dijo el muchacho, con cierta ironía.

–Ya basta –le respondió ella con una sacudida de su mano.

Angie estaba acostumbrada a ese tipo de trato de parte del que era su mejor amigo desde la infancia. El comisario Blake, padre de Connor, conocía a los señores Lawrence desde hacía varios años, y en muchas ocasiones Angie y Connor habían soportado varias tardes aburridas jugando juntos en los pasillos de sus respectivas casas.

Resa arrancó su coche, y tomó el rumbo a la escuela.

Cualquiera que viera el auto, pensaba Angie, vería solo cuatro jóvenes camino a estudiar, pero ella consideraba que sus amigos lo eran todo en su mundo. O al menos casi todo.

Le lanzó una mirada a cada uno. Resa y Will estaban tan juntos últimamente, que ahora parecía que no podían dejar de estar en contacto el uno con el otro. Will tenía la mano posada tranquilamente sobre el hombre de Resa. El cabello rubio corto de ella caía sobre esta con naturalidad, mientras sus manos se sujetaban al volante como si lo hubieran hecho desde que nació. Will parloteaba algo sobre un productor de películas que se separaba de su esposa. Will AMABA las películas y el cine. Deseaba estudiar Cinematografía al terminar la preparatoria. Ambos eran la típica pareja de jóvenes a punto de terminar sus estudios.

Luego miró a Connor. Estaba contento, con una sonrisa en su rostro como siempre. Le contestaba a Will algo sobre los chismes de la farándula, pero Angie no le hizo mucho aprecio. Tenía el cabello de color pajizo, corto al estilo militar. Sus ojos azules reflejaban el cielo, y todo él radiaba energía. Angie sabía que todas las chicas del pueblo darían su vida por salir con alguien como Connor Blake. Era la idealización de todo lo que una niña podría soñar. Alto, musculoso, atento, cariñoso, guapo… practicaba futbol americano y beisbol, y él era el campeón de ambas ligas en el pueblo. Había pocas oraciones que llevaran las palabras “Connor Blake” y “no puede” juntas.

Angie, que lo conocía desde hacía diez años, podía afirmar que a Connor nunca se le habían subido los humos. Sí, era tan egocéntrico y egoísta como cualquier adolescente, pero a Connor la vida no siempre lo había tratado bien. Su madre había muerto durante su nacimiento, y su padre trabajaba todo el tiempo. Connor no venía del hogar perfecto ni mucho menos.

Es por eso que pasaba tanto tiempo con Angie y sus padres cuando era chico. Angie y Connor desarrollaron una camaderia y una amistad que era difícil de entender para nadie que no fueran ellos. Angie lo quería y lo respetaba, y él a ella.

–¿No lo crees, Angie? –dijo Will desde el frente del auto, interrumpiendo los pensamientos de la muchacha.

–Eh… ¿Sí? –dijo ella, sin entender de que hablaban.

El muchacho comenzó a reírse histéricamente.

–¡Por dios, Angie! ¡Cada vez me haces dudar aún más de tu cordura! –Adoptó una expresión seria e imitó la voz de su padre–. Me preocupo por ti muchachita, me preocupo.

Connor la miró con una expresión divertida, pero no se rió.

–Will mencionaba la fiesta de cumpleaños que hace Liza cada año –explicó tranquilamente. Con una expresión un tanto preocupada, le dijo a su amigo–: ¿Crees que nos invite este año? Recuerda lo que pasó en su última fiesta…

–¡Hey! Quedamos en no mencionarlo ¿Lo olvidas? –Lo interrumpió Will–. Además, esa chica sabe que no sería una fiesta sin nosotros.

Angie sonrió.  En la última fiesta de cumpleaños de Liza, Will se había perdido con una prima suya, y los habían encontrado a ambos, desnudos, en la fuente un parque cercano. Cada vez que alguien lo mencionaba, y Resa estaba presente, él se ponía muy nervioso.

–Liza ha estado insoportable en los últimos meses –dijo Angie, cambiando de conversación como apoyo a su amigo–. No tengo verdaderas ganas de ir.

–¿Sabes? –inquirió Resa–. Creo que esta celosa de ti. Siempre lo ha estado, pero últimamente parece tenerte verdadero odio.

Angie sacudió la cabeza, ella no necesitaba ese tipo de situaciones. Su celular dio una ligera sacudida. Lo sacó y encendió la pantalla.

–Oigan… saliendo de la escuela, ¿me quieren acompañar a la biblioteca mañana por la tarde?

En ese momento llegaron al colegio. Se decía que El Campus “Dr. Howard J. Carpenter de Asher City”, era una de las mejores escuelas en toda California.  Con aulas grandes y luminosas, pasillos limpios, una sección de laboratorios con los últimos avances tecnológicos, todo un centro de deportes, estacionamiento y máquina expendedora, la escuela en sí era un conjunto de edificios blancos y brillantes, con ribetes de color azul y enmarcado por un hermoso bosque en su zona sur.

El Porshe de Resa se deslizó silenciosamente entre los demás vehículos casi tan lujosos como el de ella, para ir a posarse en un espacio desocupado en el estacionamiento cerca de la entrada. El brillante sol de marzo ya se alzaba casi en su totalidad, sacando destellos brillosos de su pintura.

–Amiga… –comenzó Will, y Angie puso cara de resignación por lo que venía. El chico adoptó un tono serio y sereno, como si hablara con un enfermo–. Tú sabes cuánto te queremos y que te defenderíamos de un… oso o algo así, si te atacara, pero… los libros… no son nuestro fuerte. Aquí tu eres la más inteligente de todos y alcanzas a ver cosas que nosotros no. Ve a la biblioteca. Disfrútalo. Y cuando lo hayas hecho, puedes venir a platicarnos de todo lo que hayas aprendido.

Angie miró suplicante a sus otros dos amigos. Resa miró para otro lado, como si alguien la llamara, y se deslizó bajo el brazo de Will. Connor la miró con expresión resignada y se encogió de hombros.

–Él tiene razón, Angie. Eres más inteligente que nosotros.

La muchacha asintió con los ojos cerrados.

–Ok, Blake. Pero vas a necesitar de mi ayuda algún día, y no estaré allí.

Y juntos, entre risas, los cuatro caminaron en dirección a la escuela.

¡Oh sí, eran un grupo inseparable! Después de que Connor y Angie se conocieran en su infancia, y crecieran con el paso del tiempo, inevitablemente se dieron cuenta de que pertenecían a las altas esferas de la ciudad. En varias ocasiones fueron llevados a fiestas y bailes organizados por el alcalde de la ciudad y comenzaron a conocer a más de los “prospectos” de su generación. Entre ellos, la hija del prominente director del hospital, el doctor Allen, y al joven del matrimonio dueño de la mueblería McTaggert. Resa y Will. Los cuatro comenzaron a pasar cada vez más tiempos juntos. Comenzaron a ir a las mismas escuelas y a las mismas reuniones. Los adultos del pueblo los miraban con orgullo, y constantemente decía que allí estaba el futuro de Asher.

Por su parte, los jóvenes estaban conscientes de las esperanzas puestas en ellos, y honestamente… no les importaban mucho. Durante años habían vivido bajo las manipulaciones de sus padres, y en ese preciso momento de su vida, ellos solo querían divertirse y disfrutar. Y eso es normal a esa edad. Algún día crecerían, y tomarían los papeles que todos esperaban de ellos. Pero por ahora, estaban ajenos a todo lo que no fueran sí mismos.

Los cuatro muchachos se sentaron en las mesas que estaban fuera de la cafetería, disfrutando del buen clima.

Angie se sentó en la esquina izquierda, extrajo su libreta y comenzó a escribir algunas notas. Will se sentó junto a ella, sobre la mesa y con los pies en el banco. Resa abrazó al chico por la cintura, y comenzó a susurrarle cosas. Connor se apartó un momento para hablar con su compañero de futbol, Edgar.

Angie miró a sus dos amigos con emoción, y la historia comenzó a surgir con facilidad en su mente, vertiendo las palabras en su libreta:

 Los níveos (es una palabra? se escribe así?) brazos de la muchacha rodearon el cuerpo de su novio, al tiempo que sus ojos lo miraban con amor. El sol caía sobre ellos, arrancando destellos dorados del cabello rubio de la muchacha, al tiempo que él le colocaba un mechóN tras la oreja traviesamente. Cualquier ojo indiscreto que los mirara hubiera dicho que eran una pareja sin problemas, pero ambos sabían que no era así/ella sabía que no. Él había pasado ya un año/¿Tiempo?¡/mes en el ejército, partiéndole el corazón a su prometida. Aquél era uno de los pocos momentos que disfrutaban juntos. Pronto viajaría, partiría a otro de sus viajes por el extranjero, y…

–¿Qué escribes, Angie? –preguntó Will.

–Nada, McTaggert, nada que te interese –guardó su libreta en su bolsa y paseó la mirada por el campus–. Entonces… ¿iremos a la fiesta de Liza?

Como haciendo eco a sus pensamientos, un Mercedes rojo entró por la puerta de la escuela haciendo mucho ruido y se estacionó justo frente a la mesa donde ellos estaban sentados. De él, se bajó lo que a veces hacía babear a Will cuando creía que Resa no se daba cuenta: Liza Sondheim.

De facciones afiladas, piel sedosa y aceitunada, y unos ojos azul eléctrico, Liza asemejaba a una tormenta a punto de estallar. Impetuosa, fuerte y llamativa, odiaba quedarse fuera de nada, y le encantaba llamar la atención de los chicos. Y era obvio que la tenía. Por si guapa e interesante no fueran suficientes, además era la hija del hombre más rico del pueblo, Alexander Sondheim.

Liza se dirigió hacia el grupo con paso decidido, seguida de sus amigas, Lavander y Mandy. En aquella ocasión llevaba un vestido rojo vaporoso y unas botas cafés. Los muchachos se le quedaban viendo al pasar con expresión embelesada, y las muchachas con envidia. Incluso Resa no pudo evitar un suspiro resignado cuando vio como Will miraba a la chica.

–Resa, Angie –dijo a modo de saludo al llegar, mirándolas a ambas y dejando completamente fuera al pobre Will. Ambas asintieron con la cabeza–. Como seguramente saben, el viernes es mi cumpleaños. Dense una vuelta por mi casa, ¿ok? A las ocho.

–Allí estaremos, Liza –dijo Resa tranquilamente. Ella sonrió y se volvió hacia Angie.

Esta sonrió y asintió, pensando en una buena excusa para no tener que asistir, y dársela a Resa cuando la muchacha se fuera.

–Estupendo –dijo Liza–. Nos veremos allá. Pueden llevar a alguien, ya lo saben solo que… –le dirigió una mirada asesina a Will–. Mucho cuidado a quien elijan.

Los deslumbró a todos con su sonrisa y se dirigió a hablar con Connor.

–Mucho cuidado a quien elijan –la imitó Will tan fielmente, que ambas se echaron a reír–. Esa tipa es una bruja.

–Ya lo creo –contestó Angie, imaginándosela con una escoba y un sombrero–. No sé si es la rencarnación de la Reina Malvada de los cuentos, pero si no lo es, se parece muchísimo.

Resa asintió con una sonrisa. En ese momento sonó la campana, anunciando el inicio de las clases. Resa y Angie se dirigieron a Trigonometría mientras que los chicos se encaminaron a Lengua.

–Sabes amiga, si Liza es la Reina Malvada, tú serías Blanca Nieves –le dijo Resa a Angie mientras se encaminaba a la clase del profesor Corden, arrancándole una sonrisa.

–No tengo ni idea de porque me detesta tanto –dijo ella.

–¡Por Dios, chica! –Resa se detuvo de pronto, sujetando su brazo–. Tú de verdad estás loca. ¡Ella está enamorada de Connor! O al menos lo más que se puede estar con un corazón como el suyo.

Angie puso una cara de incomprensión.

–¿Y? Connor y yo no estamos juntos. Ni siquiera estoy enamorada de él.

–Podrás decir lo que quieras, pero esa es la razón. Además, siempre están juntos, todas esas cosas que él te dice, lo que tú le dices, bueno… no es que se odien precisamente.

Angie sacudió la cabeza. Se había cansado de decirle a todo mundo que Connor y ella no eran novios.

–Si te lo niego, no me creerás, si me quedo cayada, lo tomaras como un sí. No sé qué hacer contigo, Resa.

Entraron juntas al salón. El profesor ya estaba allí. Un hombre rollizo y bajito, escaso de pelo y con la vista clavada en un libro con complicados teoremas y formulas.

–Buenos días, profesor –dijeron a un tiempo las muchachas.

–Buenos días, señoritas –contestó sin alzar la vista.

Se encaminaron a sus asientos regulares, junto a la ventana izquierda. Poco después, el profesor se levantó y comenzó a hablar. Angie intentó seguirle la corriente un poco, pero pronto se aburrió, y su mente comenzó a divagar. Eso era normal en ella. Si no se mantenía ocupada en algo, sus pensamientos comenzaban a vagar por el lugar buscando algo interesante. Esta vez lo encontraron en unas manchas en la madera de su asiento. Quemaduras, tal vez. Se preguntó como las bancas de una escuela pudieron haberse quemado.

Fuego. Eso le trajo a la memoria su desayuno de la mañana. Estaba sentada en la mesa del comedor junto con su padre y su madre. Como era usual, su padre leía el periódico y su madre charlaba con ella. La mujer le comentaba algunas cosas que le habían platicado sus amigas en la reunión de la noche anterior, y Angie intentaba mantener la atención en su madre. Sin embargo, pronto ambas se vieron interrumpidas por el repentino cambio de actitud de su padre. Les colocó el periódico en la mesa para que ambas pudieran leer.

INCENDIO EN LA FABRICA DE MUEBLES HIGHLIGHTER

Ayer por la noche ocurrió un peligroso incendio en la fábrica local de muebles Highlighter, dejando una gran cantidad de heridos. Los orígenes del fuego son desconocidos, pero las investigaciones de la policía señalan que es probable que haya sido provocado por alguien externo a la compañía. Hoy se encuentra hospitalizado Jar Wheaton, un hombre de 45 que… [CONTINUA PAG.6]

–¡Oh por Dios! –Dijo Angie, un tanto asustada–. Papá ¿crees que él se ponga bien?

Sin embargo, su padre no le contestó. Estaba comunicándose con su madre de manera silenciosa. Su rostro tenía una expresión sombría, y el de su madre, asustada. Se produjo entre ellos un chispazo de entendimiento. Los ojos de la señora Lawrence vieron el periódico y luego volvieron a los de su esposo. Este negó imperceptiblemente la cabeza.

–¿Papá? ¿Mamá? –preguntó Angie.

Su padre recobró de pronto la postura. Sonrió con naturalidad y se volvió hacia su hija.

–No lo sé, Angie, pero no creo que sea nada grave. Es una compañía de muebles. Es probable que alguien haya dejado mal puesto algún químico o algo así.

Angie quiso contestar, pero no supo que decir después de aquel repentino cambio de actitud de parte de su padre.

–Angie –dijo su madre, igual de sonriente–. Creo que tus amigos están aquí.

La chica se asomó por la ventana y era cierto, el Porshe amarillo de Resa se acaba de estacionar. Sonó dos veces el claxon. Angie sacudió la cabeza. Tal vez, de tanto imaginar ya estaba delirando. Tomó su mochila del suelo, le dio un beso a su padre y apretó la mano de su madre.

–Hoy no saldré con mis amigos, pero tal vez salga a dar una vuelta por allí. Necesito comprar unos materiales –les dijo–. Nos vemos a la hora de la cena.

–Hasta luego, querida –dijo su padre.

Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero le pareció que se dieron una última mirada sombría antes de que ella cerrara la puerta tras de sí.

Ahora lo recordaba, cuando veía esas manchas de quemaduras en su mesa. Qué raro que lo hubiera olvidado. Tal vez la emoción diaria de ver a sus amigos la había distraído. Pero ahora se preguntaba… ¿Qué demonios había pasado?

–¿Estas bien, Ang? –Preguntó Resa a su lado–. Tienes esa expresión extraña de cuando no puedes explicar algo.

–Estoy bien, gracias. ¿Oíste del incendio de esta noche en La Mueblería 2?

La llamaban mueblería 2 porque era el principal competidor de la familia McTaggert en la línea de muebles, por lo que Will se había criado con esa idea.

–Algo escuché en la mañana acerca de ello. ¿No se cree que fue alguien de afuera?

–Sí, pero eso no es el caso. Mi padre… bueno, él actuó muy raro al ver la noticia, y no sé por qué.

–Si es por eso, no te preocupes –dijo su amiga restándole importancia con la mano–. Los adultos están locos. Ayer mi padre se asustó un montón porque no encontraba una caja de medicinas y resultó que las traía en el bolsillo.

Angie asintió, no muy convencida. Que le doctor Allen hiciera eso no le extrañaba. Él era muy excéntrico. Excelente doctor, pero excéntrico.

El timbre las tomó por sorpresa a ambas. Incluso al profesor, que no terminaba de hablar, por lo que prometió que en otra clase les explicaría aún más el asunto. Angie sacudió la cabeza con decepción.

El día transcurrió sin más incidentes excepto que a Will le encargaron el doble de tarea que a los demás por hacer aviones de papel durante clase. La maestra Gabrielle, profesora de francés, se molestó tanto cuando un avión cayó dentro de su taza de café y la derramó sobre su escritorio, que dejó su clase para soltar una sarta de improperios en francés. Will no terminaría su tarea, incluso aunque él quisiera. Las chicas hubieran dado todo con tal de poder estar allí.

Llegó la hora del almuerzo, y los cuatro chicos se sentaron en una de las mesas de la cafetería. Ellos dos con las bandejas abarrotadas de comida, ellas con solo unas ensaladas y un jugo. Usualmente se intentaban convencer los unos a los otros de comer diferente, pero era casi imposible. La cafetería era grande, con mesas rojas y ventanales enormes, por lo que podías ver el estacionamiento con facilidad, así como la entrada de la escuela. Will solía decir que, si hubiera un ataque zombi, ese sería un lugar excelente para defender. Connor solía callarlo. El lugar se comenzó a llenar. A un par de mesas, Liza se sentó con sus amigas y parte del equipo de basquetbol. Todos la miraban embelesados y se rían de sus chistes. Poco después, entraron Andrew, Mina y Daisy, junto con otros muchachos a los cuales Angie no conocía. Por su apariencia, venían de música, ya que todos llevaban instrumentos a su espalda. Un grupo de skaters entró por la puerta trasera, y aunque Angie no conocía sus nombres, si los identificaba como ese grupo de chicos revoltosos que tanto mencionaban los maestros a veces.

Por las escaleras, dos chicas se acercaron a ellos con una expresión un brillo un tanto demente en los ojos. Angie casi se rió de solo verlas. Eran Chelsea y Skye, dos de las personas que mejor le caían en la escuela.

–¡Angie! ¡Resa! –corrieron el último tramo y se sujetaron contra las esquinas de su mesa para no resbalarse.

–Angie –repitió Skye, sin aliento–. Yo… nosotras…

–Tranquila –dijo Angie riendo–. Dime que sucede.

–Nos… invitaron a la fiesta de… Liza –dijo Chelsea–. Y no sabíamos si ir o no, pero…

–Pero nos dijeron que ustedes iban a ir –dijo Skye–. Así que vinimos a decirles que queremos ir, pero queremos ir con ustedes.

Resa, que hasta ahora había guardado silencio, soltó una carcajada.

–¡Chicas! –dijo con una sonrisa–. Por supuesto que podemos ir juntas. No deberían preguntar algo así.

Angie sonrió a las chicas, pero maldijo para sus adentros. Ahora se sentiría mal si les dijera que no a dos rostros tan emocionados.

–Es más –prosiguió Resa–. Yo deseaba ir mañana de compras con Angie, pero ella va a… –se cubrió la boca con la mano como si fuera a confesar un crimen–… la librería. ¿Qué les parece si vamos juntas después de la escuela?

Ellas asintieron con una sonrisa. Angie sintió una oleada de cariño hacía ambas. Eran solo un par de años menores a Resa y ella, pero siempre las habían visto con cierta adoración.

–De acuerdo, entonces. Eso era todo –dijo Skye. Le lanzó una mirada a Chelsea–. Vámonos, Chels, tenemos clase de trigonometría.

–Nos vemos al rato, chicas –dijeron ambas. Les lanzaron una mirada cohibida a los chicos y se fueron.

Se hizo un incómodo silencio momentáneo.

–Ok, eso fue raro –dijo Will sonriendo.

–No les digas raras –alegó Resa–. Son muy lindas.

–No digo que no lo sean, solo que son un poco raras.

–Déjalas en paz, McTaggert –dijo Connor–. Entonces chicas, estarán ocupadas mañana. Angie, irás a la biblioteca y tu, Resa, de compras. ¿Quieres ir a las canchas un rato, Will?

–Claro, es tiempo de hombres –respondió el chico con un gesto de emoción.

Angie hizo como si buscara entre la multitud.

–¿Cuáles hombres?

Connor le pasó un brazo por los hombros y le dio un beso en la mejilla.

 

–¿De verdad crees que Connor y yo deberíamos estar juntos? –le preguntó a Resa en Francés. La maestra aún no se había recuperado de la agresión con Will en la mañana, así que solo puso a su clase a copiar algo del pizarrón, sin darse cuenta de que estaba en blanco.

Su amiga la miró con una sonrisa.

–En realidad no importa lo que yo crea, o lo que nadie más crea ¿O no?

–No, supongo que no –dijo Angie abatida.

–Deberías preguntarte mejor que es lo que quieres tú… –Resa se encogió de hombros y garabateó algo en su libreta–. Solo te diré que hacen una linda pareja.

Angie asintió. Como si no lo supiera. Eran los “Chicos Dorados” del pueblo. No era tonta, sabía lo que los demás veían en ellos dos. Se habían conocido desde pequeños, se habían criado juntos… y era exactamente por eso por lo que Angie no quería tener nada que ver con Connor además de una amistad. ¿Y si terminaban y no se volvían a hablar nunca? ¿Y si no terminaban? Se casarían, y él sería el jefe de la Policía Blake y ella su adorable esposa, que tal vez fuera jefa en la compañía de importación de su padre. Serían ricos, y tendrían dos hijos, que serían los “chicos dorados” del pueblo, y que tomarían su lugar. Envejecerían juntos y tomados de la mano en un pórtico. Y sonaba tan… aburrido.

Angie quería viajar y conocer el mundo. Ir a Europa, y a New York, y a Egipto. Quería que su vida estuviera llena de giros interesantes como un buen libro. Por ahora, intentaba no pensar mucho en su futuro, pero cuando lo hacía, la posibilidad de quedarse atrapada en el pueblo de Asher la enloquecía.

–Este día no ha tenido mucho movimiento, ¿verdad? –dijo Resa, intentando cambiar de tema al ver su expresión.

–No. No lo ha tenido –aceptó Angie irónicamente.

Poco después, recordó que tenían su asignatura optativa, y se sintió mucho mejor. Mientras que Resa había elegido “Costura”, que debía ser la cosa más aburrida que a alguien se le pudo ocurrir, ella había elegido Creación Literaria y Periodismo. A sus amigos no les extrañó, aunque si le dijeron que no era necesario que trabajara tanto. A ella no le importó, le encantaba la asignatura.

Se movió por los pasillos mientras una sonrisa aleteaba en las comisuras de sus labios. Después de tres vueltas, un campo y un par de pasillos, llegó al aula.

Angie amaba ese lugar. Era un salón cerca de la biblioteca de la escuela, aunque por si misma podría considerarse una mini–librería. Era pequeña, cálida, y luminosa. Algunos de los pupitres estaban repletos de libros que solían usar en clases. Un armario en la esquina contenía algunos de los ejemplares más valiosos de la profesora Linnet.

Una maestra joven, pero no por eso ingenua, que se había ganado el respeto de Angie rápidamente. Era inteligente, enérgica y de carácter seguro. Pocas veces la chica la había visto haraganeando. Era de lo más común encontrarla con una pequeña libreta en sus manos, escribiendo notas rápidamente. No era ningún secreto que deseaba convertirse en escritora. Cuando algún alumno con el que se llevaba bien le preguntaba al respecto, ella contestaba que aún no había escrito nada que realmente valiera la pena publicar.

La chica entró al salón y se dirigió hacia su asiento regular, cerca del escritorio de la maestra. Sin darse cuenta de que ya estaba ocupado. Una chica nueva, Jocelyne, creía se llamaba, estaba sentada allí, platicando con otra muchacha. Ella alzó la vista, extrañada.

–Disculpa ¿quieres que me quite?

–No, no –Angie le quitó importancia con la mano, y le sonrió a la chica–. Me alegra ver a alguien nuevo aquí.

Jocelyne le respondió con un asentimiento de la cabeza. Angie se dio la vuelta y se dirigió a buscar otro asiento.

Qué raro. El salón perecía un poco más lleno que de costumbre. Se dirigió hasta las últimas bancas, que aún estaban vacías y se sentó en una. Comenzaba a sacar su libreta y sus lápices cuando dio un respingo.

Había alguien sentado en la silla de al lado. Un muchacho de ropas oscuras, con audífonos, que garabateaba algo en un block de dibujo. Angie reconoció el cabello oscuro despeinado. El chico se llamaba Jack Dakenworth.

La chica sintió un familiar retorcijón en el estómago. Esa sensación de incomodidad que todo aquel que hubiera vivido en Asher desde hacía diez años sentía al ver al joven que hoy estaba sentado junto a ella.  Probablemente siempre había estado en aquella clase, y Angie no lo había notado. No era extraño. Jack se las arreglaba para pasar desapercibido. Parecía fundirse con las sombras.

Lo que los amigos de Angie decían acerca de Jack Dakenworth era el pensamiento de muchos en el pueblo. Decían que era un lunático. Un pobre huérfano que no había logrado superar la muerte de sus padres.

Sí, sí, Jack había perdido a sus padres a los siete años.

No era ningún secreto lo que les había pasado. El padre de Jack trabajaba como comerciante y había salido con su mujer de viaje, dejando a Jack con unos familiares. La noche de su regreso, se creía que el señor Dakenworth conducía borracho, cuando el coche se descarriló por los acantilados cerca de la ciudad. Ambos habían muerto. Jack se quedó solo con su tía abuela Amanda, quien lo envió al extranjero por un par de años.

Cuando regresó, parecía otra persona totalmente distinta. Se distanció de los pocos amigos que tenía. Comenzó a dejar de asistir a fiestas y reuniones, en incluso faltaba constantemente a la escuela. El pueblo lo veía con lástima al principio, pero con el tiempo, esa lástima se convirtió en fastidio. Los padres enseñaron a los jóvenes del pueblo a no juntarse con bichos raros como él, y eso incluía a Angie.

Ahora, Angie no tenía ni idea de cómo actuar ya que el chico estaba sentado junto a ella. Por suerte, no tuvo que hacerlo. La maestra entró por la puerta con su habitual sonrisa y su libreta de notas, y saludó a la clase:

–Buenos días, chicos –dijo mientras colocaba sus cosas sobre su escritorio.

Angie de verdad intentó poner atención a la clase. Parecía interesante. La señorita Linnet hablaba de las relaciones entre algunas corrientes literarias europeas, y a ella le encantaban ese tipo de temas. Sin embargo, su mente se dirigía con insistencia hacía el asiento al lado de ella. Intentaba recordar si alguna vez había visto a Jack al entrar al salón. Creía que sí, pero no estaba segura.

¿Cómo podía ser tan descuidada? ¿De verdad estaba tan ciega por los comentarios de sus amigos como para no darse cuenta de que en su salón había un chico más?

Sí. Sí lo estaba.

Le lanzó al muchacho una mirada discreta. Solo lo suficiente como para asegurarse de que no la estaba mirando. Estaba recargado sobre el pupitre, con la mirada divagando por el frente de la clase, mientras escribía algunas notas en una hoja borrador de su block.

Divagó acerca de cómo sería crecer sin padres. Sin nadie que se levantara para darte un beso por las mañanas, o prepararte el desayuno. Un escalofrío le recorrió la espalda. No le extrañaba que Jack fuera tan callado y aislado.

–¿Estás de acuerdo, Angie? –preguntó la señorita Linnet desde el frente de la clase.

Ella miró al pizarrón, colorada de la vergüenza. No había escuchado las últimas palabras de la maestra. Ahora que lo pensaba, no había escuchado las primeras.

–¿Disculpe, profesora? –dijo con la voz quebrada.

–Le pediré que mantenga la vista al frente, señorita Lawrence –indicó la maestra. Sin embargo, en sus ojos había un brillo travieso que Angie no supo reconocer–. Les decía que les daré una lista de títulos con los que pueden profundizar más el tema que elijan. Sin embargo, les ruego que pongan mucha atención a las reglas que les he dado anteriormente.

Para Angie, la mitad de todo aquello no tenía sentido, y la otra mitad lo tenía aún menos.

–Vamos a realizar la investigación de alguna noticia que haya sucedido en el pueblo hacía un tiempo –le explicó, rápidamente y en susurros, una voz profunda. Por un momento, no pudo identificar de dónde provenía, y casi se le cae el alma a los pies al darse cuenta de que provenía del chico sentado junto a ella–. Tenemos que usar las reglas de los reportes que nos dio hace algunos días. Nos va dar títulos para profundizar la investigación. Contará como calificación.

–Excelente resumen, Jack –dijo la profesora Linnet a modo de regaño. El chico se puso como un tomate al darse cuenta de que lo había oído–. Pero te faltó agregar algo. El trabajo será en parejas, y por sus constantes interrupciones, usted y la señorita Lawrence harán el trabajo juntos.

La maestra sonreía con picardía. El resto del grupo susurraba con emoción.

–Y chicos, ustedes dos son mis mejores alumnos, así que espero una excelente calidad para la próxima semana.

La campana anunció el fin de las clases, y con ella el común revuelo de libretas y lápices siendo guardados en las mochilas. En otro momento, a Angie la hubiera tranquilizado ese sonido, pero en ese momento le hacía sentir extraña.

Se levantó y se echó la mochila al hombro. No se había dado cuenta de que Jack la aguardaba callado, recargado en una butaca repleta de periódicos. Sin decir nada, se dio la vuelta y comenzó a rebuscar en el montón de papel. Al llegar a la mitad pareció encontrar lo que buscaba y lo extrajo con dificultad.

–Ya le había echado a esta noticia un ojo hacía un tiempo –dijo Jack con aquella voz tan tranquila y segura–. Me gustaría que la revisaras y me dijeras qué opinas. Requerirá un poco de trabajo extra.

Angie tomó el periódico que el chico le tendía. La primera plana indicaba que era del año 97. El mismo año en el que ella había nacido. En letras grandes, el titular rezaba: CAE ASESINO EN SERIE.

–El título es un poco sombrío, ¿no crees? –dijo Angie con una sonrisa. Él también sonrió.

–Pensé que todos los demás escogerían reportes de sequías o alguna plaga. Esto tiene mucho más peso –su mirada quedó desenfocada por un momento. Luego sacudió la cabeza y le dijo–. Léelo, pregúntale a tus padres que saben acerca de esto. Si te convence, comenzamos mañana.

Angie asintió. Había algo en Jack que la hacía que la hacía quedarse callada. El chico asintió y se dirigió caminando resueltamente hacía la puerta.

–Gracias, Jack –le dijo Angie antes de que saliera–. Por lo de hace rato.

Jack asintió.

–Hasta luego –le dijo.

–Hasta luego –respondió ella, aunque no estaba segura de que él la escuchara.

Terminó de guardar sus cosas y salió del salón.

Caminó por los pasillos de manera mecánica, pensando en la clase tan extraña que había tenido. Jack Dakenworth…

Con una sonrisa irónica sacudió la cabeza. Intentó recordar alguna conversación con él que no fuera por extrema cortesía. Solo un ¨buenas tardes¨ o algo así en alguna ocasión. Y de eso hacía ya mucho tiempo.

No podía dejar de oír su voz profunda rebotando en los confines de su cerebro. Había algo en ella que la tranquilizaba… y la incomodaba también. Cierto tono extraño que la hacía sentirse culpable por algo. Su faceta de escritora comenzó a pensar que Jack parecía directamente salido de un libro de aventuras.

El típico joven huérfano, al que habían segregado de la sociedad, con una cruzada insuperable por delante, que en este caso era salvar alumnas atolondradas que no prestaban atención en clase. La idea era tan ridícula que se rió de sí misma.

<<Contrólate chica, estás perdiendo la cabeza>> se dijo a sí misma.

Jack solo era un muchacho más en una clase que ella tenía. Una clase… ¿Por qué habría escogido Jack la asignatura optativa de Creación Literaria y Periodismo? Una duda más a la creciente pila de dudas que surgían en la cabeza de Angie.

<<¡Basta!>> Se regañó a sí misma. <<Jack es solo otro muchacho más. No hay porque causar revuelo>>.

Por poco y se tropieza con los escalones de la entrada. Si no hubiera sido porque un muchachillo se le atravesó, habría caído. A lo lejos, en el estacionamiento, sus tres amigos ya la esperaban. Compuso una sonrisa como pudo, y se acercó a ellos.

El tema principal de regreso a casa no era sino el de la gran fiesta de Liza. Pese a cierta reticencia, Angie no pudo sino terminar por interesarse en la plática. Era una fecha importante. Liza cumplía dieciocho, y se decía que dejarían la enorme mansión de sus padres para ella sola durante el tiempo que quisiera. Por supuesto, esto causaba gran excitación por parte de todos los invitados, y gran envidia por los que no lo habían sido. Recordaron las fiestas pasadas de la chica, y todas fueron espectaculares a su manera. Ponis cuando cumplió 5, motocicletas cuando cumplió 10, alcohol cuando cumplió 15… cosas así. 

Nadie tenía idea de lo les esperaba la noche de la fiesta.

Angie se bajó del coche de sus amigos de un salto. Connor le propuso ir a dar una vuelta, pero ella se negó agradeciéndole.

–Tengo un montón de tarea acumulada que no he hecho –le dijo mirándolo a los ojos–. Pero vayamos el miércoles ¿Ok? Iremos al cine o algo así.

Sus amigos asintieron con entusiasmo, pero Connor solo le agradeció con la mirada. Así era él. Nunca era muy parsimonioso, pero siempre le daba a entender exactamente lo que deseaba. Se despidió de sus amigos y entró a la casa con una sonrisa.

Al entrar, su madre la recibió con un ya familiar: Hola, amor, ¿Cómo te fue hoy en la escuela?, y Angie no pudo más que poner los ojos en blanco. Estaba en casa.

 

Deja un comentario