Ana Sofía Sojo| Enero 2025

Ana Sofía Sojo estudiante de noveno de la Institución Educativa Antonia Santos, en Sucre. Con catorce años ha participado en varias actividades y encuentros de literatura y cultura, llegando a ganar un premio local por sus cuentos.
Un sueño recurrente me perseguía: ojos que lloraban sangre, voces que susurraban mi nombre.
Esa noche no podía dormir, tenía un mal presentimiento, pero no sabía qué era. Me revolvía inquieta en mi cama.
Después de una hora, mi garganta estaba seca, así que decidí levantarme por agua. Bajé las escaleras; el sonido de la madera crujiendo recorría toda la casa. Me encontraba sola, mis padres estaban de viaje por trabajo y mi hermano de fiesta. Tragué saliva y seguí caminando. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, agarré el vaso de agua y me fui rápido a mi habitación.
Cuando llegué a mi cuarto, tenía un olor fúnebre y estaba muy frío. No presté atención a ello y decidí tumbarme en mi cama a leer un libro.
Luego de un rato, mi ventana se abrió. Mi corazón palpitaba tan rápido que podía sentir la sangre pasando por mi cuerpo. Sentía mucho miedo, pero igual me levanté de mi cama para cerrarla. Al hacerlo, vi que había un papel pegado a ella. Estaba escrito con sangre: “Estoy aquí…” Todo mi cuerpo empezó a temblar nuevamente, arrugué el papel y me fui corriendo a mi baño. Le puse seguro a la puerta y lavé mi cara, mientras me decía a mí misma: “Esto no es real, esto es solo una pesadilla.”
Años atrás, en el pueblo del que provenían mis abuelos, existía la creencia de que cuando una persona fallece en su casa, le pertenecería para siempre y, si la habitas, su alma no descansaría y te perseguiría hasta la hora de tu muerte, a ti y a tus seres queridos.
Mis abuelos habían encontrado una casa a un precio bastante bajo y decidieron comprarla. Los vecinos les decían que no lo hicieran por dicha creencia, pero ellos eran muy escépticos y no creyeron nada. Grave error…
Al mudarse, no veían nada raro. Trataron de exagerados a los vecinos. El primer mes fue muy normal, pero ya en el segundo, cosas raras pasaban. La casa empezó a tener ese olor fúnebre, ciertos objetos desaparecían o cambiaban de lugar. Se les hacía un poco extraño, pero no lo tomaron en serio. Ya en el tercero, se asustaron, ya que veían a una mujer llorar por los pasillos. Soñaban con ella y les decía: “Los acompañaré hasta el día de su muerte.”
Asustados, decidieron irse del pueblo. Fueron a cinco ciudades y esa presencia los perseguía. Y así fue, hasta el día de su muerte.
Crecí escuchando esto, pensando que no era cierto, pero veo que sí lo es, y ahora me persigue a mí.