Por: Adrian Andrade

El Ocaso

El ascenso hacía la azotea me pareció eterno y más tratándose del noveno piso. Fue un milagro que no me haya tropezado con lo recién mapeadas que se encontraban las interminables escaleras y más ante la ausencia de luz en los primeros cinco niveles.

No me encontraba en mi mejor estado, lejos de estar cuerdo e impaciente por llegar a la cima sólo para arrojarme al vacío de nuevo con la excepción de no volver a despertar. Sé lo que piensan pero mi vida ha sido una pesadilla de la cual he tratado de escapar.   

Siempre me la pasaba huyendo de mis temores y fracasos porque de sólo pensar se me iba el aire, demasiado trabajo me costaba respirar con estas escaleras que mis pies comenzaban a resentirlo. Mi única esperanza era la cercanía al lardo descanso si es que el infierno no se metía en el camino, aunque para ser honesto, ya me encontraba en este y lo triste era que no recordaba el origen de todo el caos en que mi vida había adoptado.   

Sólo estaba consciente de que la carga era demasiada pesada y que no soportaba la vergüenza al igual que la humillación ya que dentro de mí había un cáncer maligno que me consumía la poca vida que me quedaba. Aunque tampoco se le podía decirse vida viendo lo muerto que estaba por dentro.

Crisis tras crisis y todo para qué, para terminar aquí solo en el borde del noveno piso, listo para suicidarme y sin nadie que me vea siquiera caer. A estas alturas no dejaba de preguntarme en por qué había sido tan terco en haber perseguido un sueño imposible cuando pude haber peleado por el amor de mi vida.

¿Acaso formar una familia con ella me hubiese evitado esta tragedia? o quizás ¿sólo hubiese sido cuestión de tiempo para haber llegado a esta tragedia?

Creer que con mi voz podría recuperarla era una tonta ilusión, una hermosa chica como ella no se fijaría en mí y aunque lo hiciese era indigno por lo que había hecho. Una mujer jamás podría amarme por lo poco hombre que había resultado.

Estando cerca del fin, era inevitable aceptar lo inseguro, solitario y dañado que estaba. Más terrible era no creer en nada, ni siquiera en Dios.

Al igual que el resto de mis compañeros había contado con las mismas oportunidades al participar en un casting exclusivo del Taller de Radio. Gracias a un convenio entre la Facultad de Humanidades con el Sindicato de la Radio, una plaza de locutor estaba en juego y era justo lo que yo necesitaba para asegurar mi futuro.    

Sin equivocarme éramos como cien estudiantes de los cuales un tercio, incluyéndome, estaba por graduarse en un mes. No había amigos ni tampoco computadoras para trabajar en los demos así que nadie podía ser amable porque se trataba de una sola oportunidad.

No podía dormir ante la constante preocupación que me invadía desde que me levantaba de la cama y me preparaba para ir a clase y luego trabajar en las tardes. No me iba a rendir tan fácil, iba a dar todo mi esfuerzo, pero el problema no eran mis compañeros sino yo.  

Desde niño me mostraba maduro al pasármela en la biblioteca en vez de jugar. No me gustaba socializar con niños de mi edad, me sentía más cómodo con la gente adulta para aprender e irme preparando.

Conforme pasaban los años, mi mente sólo se enfocaba en ingresar a la universidad para luego viajar, conseguir el trabajo perfecto, casarme, formar una bella familia, hijos, casa y por supuesto un carro del año.

Aquello fue en ese entonces, ahora no tenía la menor idea de lo que quería porque me sentía muy confundido. Hacía mucho que había perdido el contacto con mi yo interior que hasta desconocía mi comportamiento.

Siempre enojado, frustrado y amargado con todos y el mundo, no me reconocía y peor aún, no recordaba quién había sido antes del caos ¿Habría sido feliz en algún momento?

Obsesionarme en ese objetivo me generó un distanciamiento social por haberme limitado a mis proyectos personales. Cero relaciones que pusieran en peligro mis aspiraciones, alejarme de las fiestas ya que las borracheras sólo ocasionaban pérdida de tiempo y sobretodo abstinencia total para evitarme un embarazo no deseado porque entonces estaría jodido.

Por esa razón siempre rondaba a solas en el campus, mi forma de ser los alejaba por naturaleza ya que rechazaba sus invitaciones con los mismos pretextos que usaba desde la secundaria. Quizás y por eso hablaban mal a mis espaldas, eso y mi dislexia dado que las muchachas perdían el interés en cuanto abría la boca.

Así que mejor me dedicaba a cumplir con mi servicio profesional en el Sindicato ya que además de asistirles en las ediciones de sus programas, me permitieron entrar a las prácticas internas dándome una gran ventaja en el casting. Subrayando su lema de que no cualquiera podía ingresar al Sindicato de la Radio, era evidente que yo no era cualquiera o eso creí. 

No voy a mentir en que las prácticas eran un proceso tedioso que te consumía al menos media día cada tercer mes. Podía decirse que era como La Voz, pero con la excepción de que los jueces se comportaban como unos malditos prepotentes y desgraciados.

Frustrante era invertir horas en ejercicios de dicción y dinero en clases de locución y conducción. Desde el primer día se me pidió engruesar la voz porque nadie en México aceptaba a un hombre con voz aguda. Así que tenía mucho trabajo que hacer para conseguir esos matices que a simple oído eran exageraciones. 

Y aunque ganases el casting, nadie te garantizaba que te fueses a quedar por la prueba de tres meses que venía implícito en el contrato. Tampoco era la excepción en el convenio con la Facultad. 

Antes de obtener la plaza de locutor, debía desenvolverme como suplente para cualquier estación que necesitase cubrir a uno que otro de sus locutores; y esto era a cualquier hora del día en un periodo que abarcaba desde semanas hasta años, pero nada de eso tenía importancia ahora que me encontraba a unos pasos de la muerte.

   ¿Cómo fue que llegué a este momento? 

No podía llevarme todo el crédito, otros ayudaron, aunque yo se los permití por lo que ni como defenderme.

Tan triste y tan patético, la verdad era que nunca anticipé este destino y menos a esta edad.

Vivo o muerto no haría la gran diferencia porque a nadie le importaba, ni siquiera yo.

Se decía que el suicidio no te garantizaba la entrada al Cielo, pero llevaba años sin pisar una Iglesia, por lo que no habría diferencia si fuese el caso.

Entonces coloqué mis pies en el barandal oxidado experimentando nervios ante el vacío. Puse mi mente en blanco y extendí los brazos para descender en forma de cruz. Estaba listo para caer al abismo sin que nada que pudiese detenerme.

   —¿Cómo fue que llegué hasta aquí?

Y al instante pude ver toda mi adolescencia en un minuto.

No siempre había sido un maldito infeliz, ahora comenzaba a recordarlo; quizás se burlen de mí como lo hicieron los demás, pero sentí la felicidad en un periodo cuando aún existía la más mínima esperanza de que pudiera convertirme en algo verdaderamente especial.

Quizás y este minuto era justo lo que necesitaba para no caer en el ocaso.

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