Cuento «El limonero» por Antonio Fernández

Antonio Fernández nació en Chile, 1991. Es realizador cinematográfico de la Escuela de Cine de Chile (2013) y escritor certificado en guion por la New York Film Academy (2015) y en escritura creativa por la Universidad de Toronto (2021). Ha trabajado en publicidad y productoras de cine. Ha publicado cuentos y relatos en diferentes libros y plataformas, como en el centro cultural virtual Alas de Cuervo (Colombia, 2021); el libro Santiago en 100 palabras: los 100 mejores cuentos de la XX edición del concurso (Fundación Plagio, Chile, diciembre 2021); y en las antologías Nostalgia bajo cero, ganadora en los 2021 International Latino Books Awards como mejor libro de ficción por múltiples autores, y La Casa en el arce (Editorial Lugar Común, Ottawa, 2020 y 2022, respectivamente).

Compartimos con ustedes el cuento «El limonero» del escritor chileno Antonio Fernández el cual forma parte de la Antología de Cuento Latinoamericano Contemporáneo, un ambicioso proyecto editorial dirigido por Astrolabio Editores. Este proyecto tiene como objetivo brindarnos un panorama completo de lo que se escribe hoy en el género del cuento, posiblemente el género más leído en América Latina.

El limonero

Lo enterraron en el jardín, bajo el limonero. Gustavo sostuvo la caja mientras Maite cavaba la tumba, una fosa tan pequeña como su futuro huésped. Fue sencillo; había llovido toda la mañana y la tierra estaba húmeda. Maite se sintió como cuando era niña y creaba pueblos de barro, entonces tampoco le importaba si ennegrecía la parte inferior de sus uñas. Al cubrir con tierra la caja no hubo exequias. No hubo llanto. No hablaron más que para resolver temas prácticos del funeral. Luego, apreciando entre las nubes el coqueteo de una nueva tormenta, decidieron que era hora de entrar a casa.

Gustavo se dejó caer en el sillón, como si estuviese extenuado, como si el haber sostenido la caja por menos de quince minutos hubiese sido un gran sacrificio. Sin quitar la vista del ejemplar antiguo de National Geographic que hojeaba desinteresado, le pidió un favorcito a Maite: uno de esos tés de miel y limón, que a ella le quedaban tan ricos.

— Por favor, mira que hace un poco de frío y me vendría perfecto.

Maite asintió, sin moverse desde donde estaba, pensando en cuánto le trastornaba el poco tiempo que le había tomado a Gustavo adaptarse a esa nueva normalidad. Al mundo después de Bruno.

— ¿Vas a hacerme el tecito, o qué?

Rumbo a la cocina, Maite pensó que, cuando estaba a solas con Gustavo, se notaba aún más lo grande que era la casa. Nunca entendió por qué la abuela se la había dejado completita a ella, si tenía más primos o tíos que pudieron haber hecho un mejor uso del palacio colonial, de sus ocho habitaciones, tres baños, dos salas de estar, sus cinco chimeneas —seis, si contaba la cocina a leña— y las hectáreas y hectáreas de bosque nativo que llegaban hasta el río Maipo.

 Preparó el brebaje como acostumbraba: té negro, miel, cáscara de limón y un escupo. Dos, por el dolor en el vientre que sentía. Tres, cuando captó el aroma del fruto del limonero, pensando que ahora ese sabor ácido y aromático tendría para siempre un nuevo significado.

A Maite le inquietó el sonido de los labios de Gustavo sorbiendo té. Pensó con dolor que venían muchos días como ese y la angustia incrementó al recordar que el verano estaba en su ocaso. Solo en días de calor sus amigos iban desde la capital a distraerles de una rutina que les carcomía las entrañas. Ese verano había sido el más especial de todos: habían estado casi un mes entero en la gran casa, haciendo kayak en el río, recogiendo zarzamora y fumando hasta que la luz del albor extinguía el encanto que venía con la noche. Pero hacía una semana ya desde que sus cuatro amigos habían regresado a la ciudad, a sus vidas adultas, a sus rutinas de premura y cemento; hacía una semana que Maite se encontraba en medio de ese vaivén, de esos tienes hambre y esos comeré luego, esos quieres hacer algo juntos y esos ya no te puedo ver ni en pintura, esos te quiero y te odio, te amo y te odio, te odio y te odio, pendeja de mierda.

El primer trueno de la tarde desató un traqueteo molesto en las ventanas de la sala. El segundo, temblor en los muros y el tercero un parpadeo en la luz que colgaba desde el techo: era una casa vieja. Maite miró hacia el jardín, a los zorzales que huían a mejor resguardo y los mustios agapantos que no podían mantenerse erguidos, por más que los regara o que lloviera ese verano. Un cuarto relámpago le hizo suspirar y cerró todos los postigos antes de la llegada del estruendo.

— Eso no va a impedir que retumben —comentó Gustavo y Maite lo sabía bien: cerraba los postigos para no ver al limonero.

No quería pensar en que la tormenta podría traer el cuerpecito de Bruno de regreso, aunque careciera de forma; se lamentó por no haber cavado más profundo.

— Deja de hacer eso —dijo Gustavo.

— Qué cosa, no estoy haciendo nada.

— Deja de pensar en Bruno.

Bruno. Era la primera vez que Gustavo se refería al niño por su nombre. Las semanas previas había sido muy tajante. Espetó, en más de una oportunidad, que era una pésima idea nombrar a un niño que no aún no existía. Era poco prudente: Maite se estaría encariñando con un conjunto de células y, si algo pasaba, no podría usar ese nombre nunca más, ni en perros, ni en gatos, ni en un maldito canario, y Bruno era, después de todo, un nombre muy lindo. Muy lindo para alguien pudriéndose bajo el limonero.

— Creo que deberías llevarme al hospital.

— Creo que deberías aprender a manejar, Maite.

— Es enserio, Gus. Ana pasó por lo mismo. Deberían hacerme un raspaje…

— No hace falta. Lo botaste todo.

«No tienes idea», quiso decir Maite. No obstante, permaneció muda, resignada como los agapantos que afuera estaban siendo sometidos al poder de la lluvia gruesa. Otro trueno hizo retumbar la sala entera; dos ventanas se abrieron de golpe y el viento perfumado a azahar de limón irrumpió en medio de su angustia.

Era el olor de su hijo.

— Cuánto me hubiese gustado que fueras tú el de la caja, Gustavo —dijo mirando al limonero.

La Antología de cuento latinoamericano contemporáneo es un proyecto editorial dirigido por Astrolabio Editores y la Fundación Grupo Latino, tiene como objetivo brindarnos un panorama completo de lo que se escribe hoy en el género del cuento, posiblemente el género más leído en América Latina.

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