Marlon Pineda | Enero 2025

Marlon Pineda es un fotógrafo, escritor y periodista colombiano, especializado en la fotografía documental y urbana en blanco y negro, su narrativa se centra en personajes anónimos enmarcados en su cotidianidad. Su oficio como escritor y periodista lo lleva a crear imágenes que también cuenten una historia, su fotografía nos hace recuperar esas miradas a lo que nos rodea todos los días y darle más fondo a la forma de la realidad.
El primer día de enero de 1959, el amanecer trajo consigo el rugido de la victoria para un grupo de hombres y mujeres que desafiaron lo imposible. En las calles de La Habana, la Revolución Cubana alzaba su bandera tras derrocar al dictador Fulgencio Batista. Era el triunfo de los ideales sobre la opresión, de la valentía sobre el miedo, y de un sueño colectivo sobre el yugo de la indiferencia. En los rostros de quienes celebraban, se reflejaba algo más que alegría: esperanza. Esperanza para un continente que llevaba demasiado tiempo sumido en el silencio, doblegado por manos extranjeras y sus propios tiranos.
Yo no había nacido entonces. A mis años, ese día histórico es un recuerdo heredado, una narración que escuché una y otra vez de los mayores, de libros, de documentales. Pero incluso desde la distancia temporal, el eco de aquella revolución llegó a mí como una invitación, un recordatorio de que el mundo puede ser transformado, para bien o para mal, por la valentía y el compromiso.
La Revolución no solo fue una victoria para Cuba. Fue un grito que resonó en cada rincón de América Latina, despertando a generaciones enteras de jóvenes que, como yo, encontraron en ese acto de audacia una razón para luchar. Fidel Castro y el Che Guevara se convirtieron en emblemas de resistencia, no porque fueran perfectos, sino porque encarnaron el espíritu de una generación que se negó a aceptar el mundo tal como era. Cuba se transformó en un faro, una isla que iluminó nuestras propias ansias de justicia y libertad.
Hoy, mientras reflexiono sobre cómo aquel primero de enero definió no solo parte importante de mi vida, sino también las de incontables jóvenes en nuestro continente, creo que la Revolución nos dio un lenguaje para soñar, una razón para no conformarnos, una esperanza para construir algo mejor. No todos compartimos los mismos caminos o las mismas ideas, pero todos compartimos esa chispa inicial, ese ejemplo de que el cambio es posible.
Conmemorar la Revolución Cubana es más que recordar un hecho histórico. Es reafirmar el compromiso con un espíritu que sigue vivo en cada protesta, en cada comunidad organizada, en cada joven que se niega a aceptar la injusticia como norma. Es reconocer que, aunque el camino sea arduo, la esperanza que nació aquel día en La Habana sigue iluminando nuestra América.
Porque, al final, la lucha nunca termina. Y eso, también, lo aprendimos de Cuba.