El oso perdido


Sara Sofía Araujo | Enero 2025

Sara Sofía Araujo estudiante de décimo de la Institución Educativa Antonia Santos, en Sucre. Con quince años ha participado en varias actividades y encuentros de literatura, cultura y espiritualidad. Es una destacada estudiante.

Juanito no sabía cómo había pasado, pero su oso de peluche ya no estaba en su cama. Era su favorito, el que siempre abrazaba cuando tenía miedo o cuando se sentía triste. Tenía los ojos negros como el carbón y la nariz toda arrugada por los años de tanto abrazarlo. Sin él, se sentía raro, como si algo le faltara.

— ¡Mamá! ¡No encuentro a mi oso! —gritó, corriendo de un lado a otro en su habitación.

Su mamá, desde la cocina, le contestó con calma:
— Seguro que está en algún lado, Juanito. Busca bien.

Y así lo hizo. Revisó debajo de la cama, en el armario, en los cajones, hasta en la mochila, pero nada. Se quedó parado en medio de su cuarto, mirando el desorden, y sintió que se le subían las lágrimas.

— No puede ser… —se dijo a sí mismo.

Decidió salir a buscarlo por la casa. Recorrió el pasillo, fue hasta la sala, luego la cocina, incluso el baño, pero nada. El oso no estaba en ninguna parte.

Ya casi llorando, salió al jardín y miró hacia la casa de su vecina, la señora Rosa. Ella siempre dejaba la ventana de su sala abierta, y justo cuando Juanito la miró, vio algo que le hizo latir el corazón más rápido. Ahí, sobre el sillón, estaba su oso.

— ¡Mi oso! —gritó sin poder evitarlo.

Corrió rápidamente a la casa de la señora Rosa, y cuando tocó la puerta, ella le abrió con una sonrisa.

— Ah, ¿es tuyo este? —dijo la señora, levantando el oso en el aire.

Juanito asintió con la cabeza, avergonzado, y le agradeció. Cuando regresó a su casa, abrazó al oso tan fuerte que casi se le salió una lágrima. Después, lo dejó en su cama, como siempre, sabiendo que jamás lo dejaría olvidado otra vez.

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