Les compartimos el primer cuento del libro Cuentos para leer en el baño del autor Marco Puente.

Sobre el autor: Marco Puente (México,1975) Abogado y escritor mexicano, fundador del movimiento literario Los Ultra Individualistas, ha trabajado en el medio de la televisión como creador de contenido. Es tallerista de literatura mexicana y amante de la escritura breve y arte.

 

La edad es una enfermedad

Era inicio de Noviembre, las agruras, las náuseas, la hinchazón, prometían irse.

Dejé de fumar, de comer grasas y el alcohol.

Me metí a nadar, en algún momento, pensé convertirme en buzo, el dicho me viene bien: “El que no tiene y llega a tener loco se quiere volver”.

La novela de Haroldo Tremens estaba lista, parida, escupida, esculpida. Quería entregarla en mano, ese acto me conmovió, poco me conmueve (lo digo mientras mato una hormiga)

Me citó en “El hijo del Cuervo”, ignoraba la asistencia de “El Suizo”, mote ganado, no por ser de la tierra de las vacas; sino por su incredulidad de mula, ante la inexistente helvetiques de las enchiladas suizas, le rabiaba más, el menú rotulaba: Tradicionales.

La última vez, brincábamos al sonido de Nortec, el Suizo, se agachaba entre la raza, para vomitar, sus excesos placebos, nos alejaba, arguyendo tenía ética, nosotros azorados, pensábamos, – ¿dónde está la ética?, él contestaba, con su particular sentido del humor – No bailo en la mierda-.

Sentados los tres, con mesa de pista (a la calle),

Tremens pidió dos jarras de chela, para abrir boca, yo me negué a tomar, echando la culpa, a mis medicinas y, al pendejo de mi doctor, él cual, había osado prohibirme, la sangre de Dios pura y eterna.

Resistirse, a tomar con ellos, era cosa de minutos, como lo hacía ver Haroldo, ninguno insistía, cantaban burlándose, acabándose las cervezas, de dos tragos: ¡Ya caerá, el pinche poeta, ya caerá, ya caerá, porque es un alcohólico sin voluntad!

Así era, soy un alcohólico sin voluntad, no me dejé rebasar en número de cervezas; me emparejé pronto.

Mi resistencia a los vicios es todo lo contrario a lo que ocurrió en Termópilas.

Enseguida empezó a correr el “agua de vida”; el buen jacko arremetía con amagiar la tarde, hablamos de lo que hablan los buenos amigos, de mujeres, de libros, de comida y política,

La edad es una enfermedad, ya no se puede tomar, sin desayunar, ni comer, el estómago exigió su avitualle de tortas gigantes, tres cubanas, tres órdenes de papas, tres cervezas muertas, el tamaño de la cubana satisfizo a Delirium y al Suizo, comí como si fuera uno de ellos: un Ogro.

El vía crucis estaba por venir, lo de la biblia sería una novatada, de alguna u otra forma Cristo estuvo ahí por gusto.

Nos bebimos los últimos whiskies, antes de partir, hacia una fiesta, de colegas escritoras, de teleseries del Delirium, casi todas, serian feas, con ínfulas de Emily Dickinson y la que valdría la pena, seguro, sería lesbiana, con ínfulas de Oscar Wilde.

 

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