El último invierno


Leidy Ly Guerra | Enero 2025

Leidy Ly Guerra estudiante de once de la Institución Educativa Antonia Santos, en Sucre. Con dieciséis años ha participado en varias actividades y encuentros de literatura y cultura. Es también una destacada bailarina.

María y Valeria se conocieron en la secundaria, aunque sus caminos se cruzaban desde mucho antes. Vivían en el mismo barrio, pero siempre parecían ir en direcciones opuestas, hasta ese momento en que todo cambió. Fue en invierno, el día que comenzó a nevar por primera vez en el año.

María estaba sentada en el banco del patio, con el gorro de lana mal puesto y los labios morados por el frío. Valeria la vio desde lejos, con su abrigo rojo brillante que contrastaba con el gris del cielo. Tenía los ojos tan brillantes como si estuviera esperando algo.

Se acercó a ella sin pensarlo mucho. No había nada raro en eso, al principio. Ninguna de las dos pensó que ese encuentro cambiaría algo. Se sentaron juntas en el banco, sin hablar mucho, solo observando cómo los copos de nieve caían lentamente sobre las hojas secas. Valeria, con una sonrisa tímida, le preguntó si quería salir a caminar más tarde.

Desde ese día, pasaban cada vez más tiempo juntas. Se reían de cosas tontas, compartían chismes y secretos. Los días parecían no terminar nunca cuando estaban juntas. Todo el mundo en la escuela comenzó a notar lo cerca que estaban, pero para ellas, eso no era importante. Lo único que les importaba era estar juntas.

Con el tiempo, las palabras que antes eran sólo bromas comenzaron a tener un peso distinto. A veces, cuando se miraban, todo parecía detenerse por un segundo. El corazón de María latía más rápido cada vez que Valeria la miraba a los ojos. La piel de Valeria se sentía más suave cada vez que la tocaba accidentalmente.

Pero no fue fácil. En el colegio, las miradas ajenas no tardaron en llegar. Los rumores, las críticas, los comentarios pasivo-agresivos comenzaron a llenar los pasillos. «Son raras», «No deberían estar tan cerca», «Seguro que hay algo raro entre ellas». La gente no entendía lo que pasaba, pero a veces era más fácil juzgar que intentar entender.

Un día, después de clases, María se sentó con Valeria en el parque. Las nubes estaban cubriendo el cielo, y el frío era cada vez más fuerte. Valeria, con su tono serio, le dijo que tenía que irse a otra ciudad con su familia. El trabajo de su papá había cambiado, y ella no podía quedarse. Fue como si alguien le hubiera arrancado el corazón a María.

— No podemos seguir viéndonos, María. — dijo Valeria con los ojos brillosos.

María intentó decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. ¿Cómo iba a explicarle que no quería que todo eso terminara? No podía. Ella sabía que era lo mejor para Valeria, que tal vez estar juntas no era posible en el mundo de los demás. Pero en su corazón, sentía que esa no era la despedida que había imaginado.

Los días siguientes fueron extraños. María caminaba por los pasillos del colegio sin encontrar el mismo sentido de todo. Cada rincón, cada espacio, le recordaba a Valeria. Pero sabía que ya no podía hacer nada, que las circunstancias no estaban de su lado. Así que, cuando la última semana llegó, Valeria y María se miraron por última vez, un adiós sin palabras, pero con todo lo que sentían.

Y aunque sabían que no podían estar juntas, algo dentro de ellas quedaba. Algo que ni el tiempo ni la distancia lograrían borrar.

A veces, en las noches frías de invierno, cuando el cielo se cubre de estrellas, María mira al horizonte y siente que, de alguna manera, Valeria sigue allí, en algún lugar. Y aunque ya no se toquen, ya no se vean, esa historia sigue siendo suya. La de dos niñas que se amaron, a su manera, en un mundo que no las entendía.

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